Nosotros, los humanos, nos hemos acostumbrado bastante a ser los estúpidos del planeta Tierra. No los más estúpidos pero sí lo suficiente como para deslumbrarse con cada nueva maravilla tecnológica, como la inteligencia artificial (IA).
Nos asombra constatar cuánto parece superar nuestra capacidad racional, cuán limitados somos. Sin embargo, un reciente informe de Apple demuestra que esa asimetría es, en realidad, una ilusión.
En el estudio titulado “The Illusion of Thinking”, se analizó el funcionamiento de algunos casos de inteligencia artificial en la resolución de problemas de complejidad baja, media y alta. Se tomaron inteligencias de marcas pioneras en su desarrollo, como OpenAI, Anthropic, DeepSeek y Google, y se les propuso la resolución de problemas o puzzles de complejidad creciente.
Lo interesante del informe es la descripción del colapso de estas IA al alcanzar el grado máximo de complejidad, al fracasar en la resolución de problemas que sí podría resolver la racionalidad humana. Irónicamente, es la racionalidad humana la que se apoya cada vez con más confianza en esas IA, para resolver tareas que vuelven cada vez más verosímil un futuro de completa sustitución del hacer humano.
Asimilación
Otro de los aspectos más interesantes del estudio de Apple es la explicación menos técnica de ese colapso. La IA funciona, en sentido estricto, mediante el reconocimiento de patrones y su aplicación al problema en cuestión.
Su límite, su techo, es la resolución de situaciones problemáticas nuevas, el tener que vérselas con la novedad o desconocido.
Cualquiera que la haya usado alguna vez seguramente habrá conocido sus límites. No siempre arroja respuestas correctas, sin embargo aspectos como la velocidad de reacción y el estilo símil humano de su comunicación crean la ilusión de que piensa y, sobre todo, de que piensa mejor que nosotros.
Sostenemos tanto esta ilusión que estamos dispuestos a asumir que esos errores son menores y que se corregirán.
¿Por qué no se puede tener esa misma caridad para los colapsos de la inteligencia humana?
Una de las definiciones estelares de “inteligencia” es la que ofreció Jean Piaget. A mediados del siglo pasado, el padre de la epistemología genética identificó como esencial a la inteligencia la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas, la posibilidad de dar una repuesta a un problema impuesto por el contexto, apelando a la creatividad y la improvisación.
La IA no aprobaría la condición de Piaget.
A imagen y semejanza
Resulta poco estimulante apelar a una definición tan usada y criticada en psicología para tensionar los avances tecnológicos, que de tan inesperados y chocantes parecen más bien atropellos tecnológicos. Sucede que el estudio de Apple nos obliga a pensar nuevamente en qué lugar nos ubicamos los humanos al ponderar el razonamiento.
Acumular masas de datos, manipularlos y extrapolarlos no es lo mismo que razonar. Acceder a todo el conocimiento posible no implica dar una respuesta adecuada. Esta colección de perogrulladas nos obliga a cuestionar cuál es realmente el techo de la razón humana.
Si la IA se equivoca al resolver tareas que los humanos resuelven muy bien, si colapsa ante situaciones problemáticas nuevas, si no tiene creatividad, ¿por qué dejamos que haga nuestras tareas escolares y universitarias, que escriba nuestros libros y hasta artículos periodísticos?
La única razón que encuentro es el prestigio que le damos a la IA y que disfrutamos sostener. Nos encanta sorprendernos con las imágenes insólitas que fabrica bajo nuestras órdenes y quedamos boquiabiertos ante la rapidez con la que compara teorías que necesitaríamos meses solamente para entenderlas.
Este atontamiento nos ahorra emprender esas tareas, que desafiemos el arte visual y que en la comparación de teorías encontremos, tal vez, una nueva.
Si algún día la IA logra sustituirnos en una humillante superación, no será por sus cualidades intrínsecas, sino por haberle relegado nosotros las funciones cognitivas que ya sabemos hacer, fruto de un endiosamiento infundado. La IA es una asistente espectacular, siempre y cuando no nos olvidemos quiénes son los jefes.