“Todos somos crueles. En mayor o en menor medida, la crueldad habita en cada uno de nosotros. Disfrazada de las más diversas maneras, oculta detrás de distintos nombres, acecha desde el comienzo de los tiempos”, reza la contratapa del libro de Cynthia Wila llamado La crueldad.
Basta con leer las noticias para encontrarse con hechos de lo más crueles: nuevas guerras, conflictos políticos, asesinatos. Y ni hablar de las manifestaciones de los líderes locales y mundiales que, sin pudor, sacan a pasear su brutalidad en hechos de violencia verbal sin precedentes en lo que va de este siglo.
Tras pasar por una pérdida irreparable (a la autora se le murió su padre hace poco tiempo), Cynthia Wila decide hacer suyo el viaje al corazón de la noche, hacia ese lado brumoso de lo humano.
En este ensayo no solo analiza la historia de la crueldad y sus grandes manifestaciones, sino que pone la lupa en aquellas “microcrueldades” de las que está compuesto nuestro día a día. Y, como nadie escapa a esta pulsión, la psicoanalista también relata hechos que la tienen como protagonista.
Retoma así, como dicen las notas enviadas por la editorial, “el vínculo casi olvidado entre ética y estética” que hoy se hace “más necesario que nunca”.
Vale preguntarle a la autora por qué eligió el ensayo como una forma de canalizar su duelo, cuando ella solía editar novelas de ficción.
“Frente a la muerte siempre aparecen incógnitas. Se trata del dolor. Y una de estas cuestiones era el deseo de seguir escribiendo, de poder seguir poniéndole mi pasión a lo que hacía, que realmente se vio interrumpida por el duelo, por la gran tristeza que me invadía en ese momento (...) Y la verdad es que yo le venía dando vueltas al tema, pero ahí, en ese momento, apareció como lo más crudo”, dice.
Y consultada sobre si le “agarró el gustito” a hacer ensayos, la autora (quien también es abogada) dijo que sí: “Me gustó mucho, es una experiencia muy intensa, porque tiene que ver con empezar a poner sobre la mesa cuestiones que no tienen que ver con la ficción (…) Cuando vos planteás un ensayo, todo es un tanto más complejo y la verdad es que me gusta mucho, fue un desafío muy interesante”.
−Además de ejemplos de consumos culturales, vos mencionás algunos ejemplos de tu vida para hablar de microcrueldades. ¿Te sentiste cómoda exponiendo cuestiones personales?
−A mí no me gusta escribir desde un altar. Y me parece que si estamos hablando de cuestiones tan sensibles y estamos interpelando al lector, yo me siento interpelada también. Había momentos en los que yo necesitaba parar porque me parecía tan fuerte lo que estaba diciendo y lo que estaba sintiendo que necesitaba tomar un descanso (…) A medida que estaba escribiendo un aspecto de la crueldad, de las microcrueldades, de las cuestiones cotidianas, del amor... Bueno, por supuesto que era inevitable que me pusiera como protagonista. Y elegí tomar el camino de mostrarme a mí con mis fallas y mis faltas porque no soy una maestra siruela que le va a contar a la gente cómo tiene que vivir. No, yo también tengo mis lados oscuros y mis tropiezos. Me parece que está bueno que el lector pueda sentirse cercano al escritor.
−Planteás a la indiferencia como una forma de crueldad. Es como si le pusieras nombre y apellido…
−Sí, me parece una de las formas más dolorosas de los actos crueles. Cuando alguien sufre, necesita un abrazo. Cuando alguien tiene frío, necesita un abrigo. Cuando alguien tiene hambre, necesita un trozo de pan (…) Una de las formas más crueles que tenemos es la indiferencia al dolor ajeno.
Tecnologías y síntomas posmodernos
La psicoanalista, nieta de un sobreviviente del exterminio nazi, pone como ejemplo una teoría de Theodor Adorno, filósofo alemán, para hablar de las crueldades y sus vínculos con las tecnologías.
“Adorno decía que entonces el objetivo era matar más gente en menos tiempo, entonces la tecnología estaba dedicada al exterminio. Producían fábricas para producir muertos (…) Creo que hoy fabricamos otro tipo de muertos con relación a todo el avance y el avasallamiento tecnológico. Y a mí me parece que en este momento tanto el cuerpo como el lenguaje están atrapados en las pantallas y en la adjudicación de saber que les damos”.
Y explica: “Ahí se produce no solo la herida a la inteligencia, al valor supremo que teníamos nosotros como seres humanos y del cual estábamos orgullosos, sino también a la valoración subjetiva. Valemos lo que otros dicen que valemos, somos de acuerdo a cómo otros nos catalogan o nos likean. No somos capaces de pensar tan bien o tan rápidamente o elaborar un razonamiento propio, sino que tenemos a la mano un instrumento hoy que pretende dejarnos amordazados y pensar por nosotros. A mí me parece que eso es muy peligroso”.
Entonces concluye que “el uso indiscriminado de tecnología y el consumo irrefrenable de redes sociales son las nuevas formas de adicción posmoderna y que nos pueden llevar al abismo emocional, al abismo relacional. Me parece que el hecho de sacar el cuerpo, incluso el pensamiento, de las relaciones subjetivas, de las relaciones vinculares, es rasgar la condición humana a un límite inconcebible”.
−Creo que tu libro llega en un momento clave, en el que los líderes mundiales y nacionales demuestran sadismo públicamente y, sin embargo, son elegidos por el pueblo. ¿Es un síntoma de una era? ¿No hay pudor frente a actos crueles?
−Yo creo que tiene que ver con la liberación de las amarras. Si vos tenés una manada y liberás el cerco, la manada se va a desmadrar. Nuestras pulsiones como seres humanos están recorridas por una agresividad constitutiva y si no las amarramos, si la soltamos, estamos en peligro y ponemos en peligro al resto. Me parece que esto es lo que está proponiendo la posmodernidad: “digan todo lo que quieran”, “hagan todo lo que quieran”. Y ni siquiera es que es “todo lo que piensan” porque el ejercicio de pensar requiere de un tiempo de elaboración, de poner a ejercitar el intelecto, y quizá ahí empezar a ser un poquito más cauto.
Al desarrollar su hipótesis, la autora cuenta: “Los neurólogos dirían que es como si el lóbulo prefrontal, en donde aparecen las inhibiciones y donde hay un registro de la espera, estuviera completamente abierto”. Y lo atribuye a esta cultura posmoderna en la que vale todo: “Vale decir todo lo que se te ocurre, vale hacer lo que quieras, vale expresar tu agresividad sin ningún tipo de control, vale humillar, vale desacreditar, descalificar, arruinarle la vida a alguien”.
Sobre el final, la psicoanalista hace una advertencia, que también se puede captar en su libro: “Lo que yo intento decir es ojo, paremos, pensemos, tratemos de amarrarnos un poco (…) que no todo vale, que hay cosas que tienen que dar pudor, que hay cosas que son incluso asquerosas, palabras que son asquerosas, actos que son asquerosos”.

Para ir a ver a Cynthia Wila
Sábado 28 de junio, a las 17, Cynthia Wila presenta en Córdoba su último libro La Crueldad. Entrada libre y gratuita en Rivadavia 254.