Cuando era chica, la Semana Santa, con sus ritos sagrados, su relativo silencio, sus ayunos, seguidos por los festejos pascuales, creaba mucha expectativa entre mis hermanos y yo: tíos o abuelos, sin desdeñar a los amigos de nuestros padres, llegaban a festejar más temprano que tarde, trayéndonos los tan esperados huevos pascuales.
Si por casualidad teníamos que venir de Cabana a Córdoba por alguna circunstancia especial, mis padres solían comprarlos en la panadería La Europea o en lo de Doña Paca, confitería que pertenecía a una familia amiga de ellos desde que eran solteros.
Pero en las Sierras, nuestros vecinos alemanes que se habían asentado allí o venían para aquellas celebraciones desde Buenos Aires, solían prepararlos y era costumbre que cayeran a casa, a saludar a mis padres, llevándonos algunos de regalo, de manera que, para esa fecha, tuviéramos en casa una buena provisión –ya regalada, ya adquirida- para compartir con nuestros tíos, primos y abuelos.
Yo no tengo mucha mano para las recetas dulces, pero mi hermana Eugenia tenía – y sigue teniendo- una habilidad especial para cosas tan difíciles como fabricar manteca, queso… o los benditos huevos pascuales. Aún tengo presente la exasperación de mamá cuando, Eugenia de repostera y yo de ayudante, nos metimos en la cocina con libros de recetas, el chocolate en barra, la leche, la manteca y no sé cuántos ingredientes más.
No recuerdo cómo sucedieron las cosas, pero fue un fracaso en el que yo terminé con un lamparón de chocolate hirviente en mitad de la pierna y mientras mamá me aplicaba un emplasto, los demás se dedicaron a pelearse por el chocolate derretido en una fuente de horno.
Guardo aún el recuerdo del ardiente dolor y al mismo tiempo de la salvaje satisfacción de haberlo comido con los dedos. La menor de la familia, a la que llamamos Nenúfar –era extremadamente linda y delicada cuando nació- parecía una pintura de Norman Rockwell, con su pelito cortado a lo Príncipe Valiente, la cara embadurnada y el canesú blanco manchado por los dedos pegajosos. En el recuerdo de las tres – Eugenia, Nenúfar y yo- aquel chocolate fue el más rico que comimos en lo que llevamos de vida.
Es extraño, ahora que podemos conseguir huevos pascuales hasta en los quioscos, pensar la maravilla que era por entonces recibir y saborear una de estas dulzuras con que se festejaba la Resurrección del Señor.
La otra tentación era la rosca pascual, de la que me quedó una receta que durante años anduvo entre las hojas sueltas que aún guardo puntualmente en una carpeta de platos seleccionados de diferentes publicaciones femeninas de aquel entonces.
Es tan sencilla que no alcanzo a comprender por qué nunca, hasta el día de hoy, me he atrevido a volver a hacerla.
Rosca de Pascua
Ingredientes para 12 porciones aproximadamente: 500 g de harina común; 4 cucharaditas de levadura en polvo; 120 g de manteca; 2 huevos; 120 g de azúcar; 1 pizca de sal; 3 cucharadas de miel; 1 poco de leche fría (la que pida la masa); 2 cáscaras de naranja; frutas abrillantadas; 1 chorrito de esencia de vainilla; 100 g de nueces picadas; 100 g de pasas de uva sin semilla; ralladura de medio limón.
Para pintar: 2 huevos batidos; 2 cucharadas de azúcar granulada; cáscara de naranja en tiritas.
Preparación: encender el horno a temperatura media. Cortar la fruta abrillantada en trocitos y picar las nueces. Dejar aparte.
Mezclar en un bol la harina con el polvo de hornear, agregar la manteca a temperatura ambiente y deshacerla con la punta de los dedos hasta que quede cremosa; añadir el azúcar, la miel, la sal, los huevos ligeramente batidos y la vainilla.
Agregar la leche, las pasas, la ralladura de limón y unir con cuchara de madera. Volcar sobre la mesada enharinada, alisarla ligeramente y darle forma de rosca.
Colocar sobre una fuente de horno chata, ya enmantecada y espolvoreada con harina. Pintar con el huevo batido y azúcar granulada, y adornar con tiras de cáscara de naranja. Llevar a horno regular durante 45 minutos. Dejar enfriar antes de cortar.
Sugerencias: podemos añadirle trocitos de manzana pelada, chocolate rallado y almendras. No es necesario que sea Pascua para invitar a nuestros amigos a saborearla con un chocolate muy caliente. Amén.