Se dice que el vino hace la felicidad. Ninguna bebida es más noble ni distinguida que el vino. Pero se suele vincular la felicidad del vino con quien lo bebe. Patricio Eppinger sostiene en cambio que la felicidad del vino es para quien lo elabora. Nadie más feliz que alguien que elabora vino, haciendo felices a los otros.
El vino quevemos una botella tiene por detrás un camino larguísimo y complejo. Basta pensar en el proceso de plantar las vides, esperarlas, cosecharlas, elaborar el vino. Pero también hay una cocina muy compleja una vez que el vino está embotellado: hacer la etiqueta, comprender al público, generar canales de distribución, comerciales, de marketing. Es una infinidad de microscópicas minucias que hacen que cada botella de vino que llega a nuestra mesa contenga una historia compleja.

Patricio Eppinger ha recorrido los caminos de la publicidad, la programación y el marketing hasta recalar en el mundo del vino en el que comenzó como asesor para transitar ese terreno empedrado y difícil como lo es vender vino.
Para eso fundó Wine Idea como empresa dedicada a la consultoría de vino para generar proyectos con la finalidad de llegar al consumidor. Enfocado en el arte y el diseño, proponiendo ideas, Patricio piensa en la puesta en juego de cada botella como si fuera Andy Warhol, generando valor con creatividad y arte, construyendo un mundo narrativo para cada bodega y cada botella. Las ideas venden, es uno de sus lemas.
Basta escucharlo hablar para entender su figura, jugando entre las sombras de la industria, respirando las góndolas y las vinotecas, inspirándose en los restaurantes y las mesas familiares para llevar la imagen justa a cada botella y exprimir el imaginario vinófilo que corre por las mentes de los consumidores, nacionales o extranjeros.

Tomar las propias decisiones
Claro que alguien inquieto y en constante ebullición de ideas no podía quedarse solamente con el costado comercial de los vinos armando proyectos para otros. Y dio el lógico paso a elaborar sus propios vinos y poner todo el saber acumulado. Y también toda su felicidad.
Y así nació Homo Felix, que en latín quiere decir “hombre feliz”, primero un único vino y ahora una línea completa y bien compuesta de vinos de alta calidad que juegan en el circuito de exclusividad sin llegar a ser prohibitivos.
“Era como lógico que en algún momento empiece con mis propios vinos. En 2010 empecé el proyecto, planté la finca pensando en un blend con las cuatro cepas bordelesas que trabajan muy bien juntas. Empecé con un solo vino que estuvo 10 años solo, un blend de malbec, cabernet franc y cabernet sauvignon”, explica Patricio.

La finca propia está en Alto Agrelo y el equipo lo formó con el enólogo Bernardo Bossi Bonilla y el agrónomo Marcelo Canatella, dos destacados especialistas con la capacidad para visualizar y hacer vinos distintos.
Patricio se puso como objetivo en su proyecto hacer el mejor vino posible, que sea distinto y despliegue con eficacia las bondades de la uva.
“No se trata sólo de hacer vino, hay que hacer el mejor vino posible, manteniendo las decisiones de todo el proceso, desde la planta hasta la góndola. Si otros toman decisiones por mí, ya no sería un homo felix”, dice. Y empieza a hablar de Nietzsche y de la filosofía griega que está en el origen de esa idea de felicidad como una plenitud en la que no se depende de nadie.

Invertir en felicidad
En un mundo como el del vino, en el que el negocio es a largo plazo, cualquiera podría pensar que financieramente el vino es una inversión poco segura. Pero la cabeza de Patricio funciona de otra manera, y se inclina a señalar que tiene la plata en el lugar más seguro que hay.
“En un banco, en un lingote de oro, en cualquier otra cosa material el dinero es algo poco placentero, mientras que el vino es un alimento que da placer, y que se puede guardar años y permanece algo insustituible en la filosofía de la vida que es el placer. Por eso el vino es la mejor inversión”, dice.
Su idea del vino es que hay que cuidar cada detalle para así poder sentir en cada paso el placer de ser el propio jefe. Se ríe al contar estas posturas frente a la vida y el vino, pero enfatiza que todo es una experiencia de vida.
“Si me hago rico o pobre no importa. Lo que no puedo es hacerme el chanta, porque ahí se termina todo. La gestión de la vida es disfrutar el trabajo, y apuesto a disfrutar mi trabajo con el vino”, sostiene.
Dice lo que piensa y muestra los vinos como una obra de arte: botellas numeradas, etiquetas diseñadas con la simbología que remiten a su vida y que exponen su mirada sobre la secreta receta de la felicidad. Los cuatro vinos que tiene reflejan su visión de la austeridad y la precisión.
El blend es el corazón de todo, porque ahí destella la tensión y el equilibrio de las cepas, la armonía entre las uvas de Agrelo y de Gualtallary, la crianza en madera y la estiba en botella. Todo ese cúmulo de razones que definen un perfil y con ello muestran un vino distinto, apreciable, fresco y elegante.
El cabernet sauvignon de Agrelo es una joya, en una época en la que esta cepa ha quedado un poco fuera del foco del consumidor, se presenta como un preciado tesoro varietal que remite a lo mejor. El malbec de Gualtallary es una respuesta fresca y muy trabajada y la novedad es el chardonnay, el único que no es elaborado con uvas propias (son de Chacayes) pero que tiene todo el concepto propio, con frescura y filo, perfecto para empezar una comida.
Queda claro de que Homo Felix no es un proyecto casual de hacer vino y ver qué pasa, sino que se percibe como un proyecto consolidado, proyectado a futuro, con la sólida convicción de estar invirtiendo en felicidad.