En un rincón del Alto Valle, donde el viento es aliado y el suelo esculpido por glaciares antiguos, Julio César Viola construyó una de las historias más audaces del vino argentino. Fundador de bodega Malma, en San Patricio del Chañar, Neuquén, y también de bodega Fin del Mundo, donde fue socio con Eduardo Eurnekian, este empresario combina pasado, terroir, visión y familia para lograr algunos de los vinos más expresivos de la Patagonia.

–Un uruguayo en Neuquén, ¿cómo recaló en la Patagonia?
–Llegué en 1974 desde Uruguay, en plena dictadura, con la idea de viajar por el mundo. Vine a visitar a unos tíos en Cinco Saltos y me ofrecieron trabajo. Me gustó la zona, me quedé, me casé, y empecé a trabajar en una industria frutícola. Hice de todo: exportación, ventas, inmobiliaria. En los ’90, con muchísimo esfuerzo personal y familiar, compramos tierras en San Patricio del Chañar y así empezó otra etapa. Tenía parientes en la zona desde principios del siglo pasado, así que, de algún modo, también era volver a mis raíces.
–¿Cómo definiría el estilo de los vinos de Malma?
–Son vinos que expresan lo que somos. Nos damos el lujo de hacer vinos que nos gustan, que nos representan como familia. Son personales. Buscamos pureza, frescura, tipicidad y también carácter. Por ejemplo, nuestro Pinot Noir es muy mineral, más intenso y expresivo que los de otras regiones. Y lo que hacemos con Pinot se vende todo. Tenemos pendiente plantar más.
–En los blancos, el Chardonnay también tiene una personalidad propia. Inclusive el reserva está “palo a palo” con el tope de línea.
–Tiene una expresión mucho más pura de la fruta. No hay madera en el reserva, no hay maquillaje. A mucha gente le pasa lo mismo. Se da muy bien acá. Es un blanco elegante, fresco, con buena acidez, y muy gastronómico. Además, hacemos Sauvignon Blanc, aunque en menor cantidad, también con una expresión limpia y vibrante.

–¿Cuál es el vino que hoy lo tiene más entusiasmado?
–El blend que sacamos este año, “Comienzo del Universo”, es el mejor vino que hicimos desde el inicio. Solo envasamos 1.500 botellas. Me encanta, me tiene enamorado. Es un corte muy pensado, con base de Malbec, y aportes de Merlot y Cabernet Sauvignon. Creo que la magia del hacedor está en el blend. Ahí uno puede buscar la excelencia.
–¿Cómo están compuestas las fincas de Malma?
–Tenemos 130 hectáreas netas de plantación. 40 a 45% es Malbec. Además, el entorno es de 850 hectáreas de campo virgen, donde vamos a ampliar algunas plantaciones buscando mejores ubicaciones frente al riesgo de heladas. Con el cambio climático, estamos subiendo hacia zonas más altas.
–¿Pinot Noire es el rey, pero el Malbec es el eje de la bodega?
–Lo que más tenemos es Malbec, cerca del 45%. También hay mucho Cabernet Sauvignon, que está ganando cada vez más terreno. Y algo de Merlot, además de las blancas. Nos gusta trabajar con fermentaciones distintas, buscar combinaciones nuevas. Todos los años hacemos un blend que cambia de composición según lo que nos da mejor resultado. Es un trabajo muy sensorial. Buscamos también texturas, persistencia, aromas francos. A veces el blend resulta más armónico que un varietal puro.

–¿Qué volumen están produciendo actualmente?
–Este año no llegaremos al millón de botellas. Vamos a estar en unas 800.000. Exportamos más del 50%. Pero lo que más cuidamos es que el vino que hacemos tenga coherencia con nuestro estilo. No hacemos vinos con chips de madera, ni nada por el estilo. Donde usamos barrica, usamos la mejor. Y donde no, el vino va limpio, puro. En los segmentos más accesibles, buscamos fruta y expresión directa. En las líneas superiores, complejidad y profundidad.
–La bodega está pegada al viñedo, solo hay que cruzar una calle interna. ¿Es una ventaja pensada?
–Es una ventaja enorme. Podemos cosechar en el momento justo. No solo por lo que dicen los análisis, sino por el gusto, por lo que sentimos al morder la uva. Si una parcela está perfecta hoy, cosechamos hoy mismo. Eso es clave. En Mendoza, muchas bodegas compran uva y no siempre tienen ese margen de decisión. Además, tener el control de todo el proceso es fundamental.
–¿Y el manejo del viñedo por qué se destaca?
–Lo hacemos con la menor intervención posible. Nada de químicos. Certificamos todas las normas de calidad, ISO, sustentabilidad. Mantenemos sanidad total en viñedo y bodega. Y como el clima es seco, no tenemos casi enfermedades. Acá, el viento es un amigo. Si hay humedad, enseguida la barre. La vid se da muy bien así. Las condiciones climáticas permiten una producción limpia, con poca necesidad de tratamientos.
–¿Cómo están viendo el mercado?
–Está difícil, pero nosotros vendemos bien. El vino argentino compite fuerte afuera, y eso es un desafío. Pero también una oportunidad. Nuestro mercado es muy fiel al Malbec, y nosotros tenemos un estilo bien patagónico que gusta mucho. Además, hay curiosidad por regiones nuevas, y la Patagonia genera interés.
–¿La experiencia enoturística en San Patricio del Chañar da para crecer?
–Es distinta de Mendoza. Acá no viene el turismo extranjero a hacer bodegas. Pero a nivel local tenemos buena respuesta. Hay pocos lugares lindos para ir los fines de semana, y las bodegas son un buen plan. En Malma tenemos restaurante con Pancho Fernández como chef, solo al mediodía, y trabajamos de lunes a lunes. Está siempre lleno cuando el clima acompaña. El entorno es muy lindo, muy abierto. Es una experiencia tranquila, íntima.
–¿Hay algún punto de contacto entre la vitivinicultura y la industria del petróleo?
–Es un contraste increíble. En la superficie tenés fruta, vino, ríos hermosos. Y a 3.000 metros de profundidad, tenés Vaca Muerta, con gas y petróleo. Pero no son actividades incompatibles. De hecho, nosotros desarrollamos proyectos de acueductos para abastecer agua a las empresas de fracking. También tenemos un desarrollo inmobiliario al lado de la bodega: un nodo logístico con housing, hotel y estación de servicio.
–¿Qué puede venir de aquí en más en la bodega a esta altura de su evolución?
–Con nuevos vinos, nuevos desafíos. Mis hijos están muy involucrados. Mi hija Ana es la enóloga, su esposo lleva la parte administrativa, y Julio, mi hijo, trabaja en los nuevos proyectos. Estamos sacando dos cortes nuevos para fin de año. Van a sorprender. Y seguimos buscando lo mejor. Porque en el vino, el que viene siempre puede ser mejor.
–¿Y su preferido?
–Ya lo dije: “Comienzo del Universo”. Si me descuido, me lo tomo todo yo. Pero hay más por venir.