Pablo Laurta, único imputado por los asesinatos de Luna Giardina y Mariel Zamudio, es fundador de la comunidad Varones Unidos, una organización que un grupo de investigadoras cordobesas había analizado en sus discursos hace nueve años.
Las investigadoras cordobesas Gabriela Bard Wigdor y Mariana Loreta Magallanes (UNC-Conicet) publicaron “El masculinismo hétero-hegemónico argentino y su estrategia desde el ciberactivismo”, donde analizan en detalle los discursos y las estrategias online de Varones Unidos y de otra organización similar, Machos Alfa.
Según el informe, este grupo no solo disputa sentidos en redes: recluta, presiona, milita y se expande con narrativas que convierten demandas de igualdad en “amenazas” y a las mujeres, en “enemigas”.
“El estudio muestra que no se trata de foros sueltos. Son espacios de lobby que buscan deslegitimar al feminismo y reinstalar un orden heteropatriarcal, con alianzas regionales, reclutamiento y presencia territorial, por eso estaban unidos a los espacios de Agustín Laje y de Nicolás Márquez”, dijo Bard Wigdor en diálogo con La Voz.

La investigación, basada en observación y en análisis de todas las publicaciones en Facebook entre enero y junio de 2016, ubica a estos grupos como “masculinistas hétero-hegemónicos”: comunidades que sostienen el sistema de privilegios masculinos y reaccionan frente a cada avance en derechos de mujeres y de diversidades.

Tres ejes que se repiten
El trabajo identifica tres tópicos argumentales que se reiteran y se vuelven estructura: por un lado, la “Alienación parental” (SAP): que es una figura sin validez científica que se usa para acusar a madres de “poner” a los hijos en contra del padre y justificar amenazas de retirar custodia.
“Fue uno de los caballitos de batalla que más vimos: la idea de que ‘por culpa del feminismo’, los hijos rechazan a los padres. Esto se intenta aplicar en los litigios en los que las mujeres se separan por violencia de género”, apuntó Bard Wigdor.
Otro de los puntos que se repiten es lo que ellos llaman “disforia de género”, que se presenta como efecto de una supuesta “ideología de género” que “confunde” a la niñez. La usan como retórica para atacar identidades trans y a la Educación Sexual Integral (ESI).

El tercer punto, y uno de los más importantes, es la defensa de la “familia nuclear”. Estos grupos defienden el esencialismo de roles, la descalificación de familias diversas y el retorno al hogar como un destino predeterminado de las mujeres. Según indica el informe, en los comentarios la homosexualidad aparece patologizada y el lugar social de las mujeres, reducido al ámbito doméstico.
Según el estudio, la métrica de crecimiento de Varones Unidos ilustra su poder de difusión: pasó de unos ocho mil adherentes a anunciar “ya somos 40 mil” en 2017.
“No son burbujas. Hay reuniones presenciales, difusión multicanal y articulación con referentes conservadores regionales que les dan proyección”, remarcó la investigadora.
Del teclado al territorio
Para Bard Wigdor, la clave es comprender cómo esos moldes discursivos habilitan prácticas. “Estos grupos alojan varones con historias de violencia psicológica y física que encuentran allí justificación y validación entre pares. La pedagogía del odio se refuerza con frustraciones personales y con la promesa de un pasado idealizado: la familia patriarcal como paraíso perdido, cuando vemos que la realidad está muy lejos de eso”, explicó.
La investigadora subrayó que los femicidas no “estallan” de un día para otro. “Siempre hay señales, escaladas, pedidos de ayuda. La violencia es como tirar un fósforo en un pasto seco: en algún momento enciende. Por eso, insistimos en mirar lo estructural: los discursos que normalizan el control y el disciplinamiento sobre las mujeres, redes que los amplifican, silencios que los permiten”.
El estudio también advierte la naturalización del agravio y la ridiculización de las agendas de género, con campañas que van del pánico moral por la ESI a la desinformación (fake news) sobre políticas de igualdad. “Relativizar o reírse de estas narrativas no es inocuo: va reprivatizando derechos ya conquistados, empujándolos fuera del espacio público”, sostiene.
Lo que falta: ciencia, Estado y trabajo con varones
Consultada sobre qué hacer frente a estas tramas, Bard Wigdor es tajante: “Hace años venimos alertando acerca de esto desde las ciencias sociales; que deberían servir para anticipar riesgos y orientar políticas, pero no siempre nos escuchan. Se necesita articulación entre la investigación y los dispositivos de atención a las violencias”.
Para Bard Widgor, la respuesta no puede seguir recayendo solo en mujeres y cuerpos feminizados: “Hay que trabajar con los varones desde la infancia en adelante: educación emocional, revisión de mandatos. Menos ‘defensa personal’ para ellas y más prevención social con ellos, para que no terminen siendo femicidas”.
La autora también fue crítica con el Gobierno nacional por deslegitimar la violencia de género: “Cuando autoridades públicas legitiman discursos que degradan derechos o niegan desigualdades, esos mensajes bajan a la práctica cotidiana. No hacen falta órdenes: alcanzan los guiños para que otros sientan permiso”.
“No todos los varones son violentos, pero en una sociedad patriarcal la violencia se aprende por acción, por omisión o por reproducción. La salida no es individual: es colectiva, con Estado presente, políticas sostenidas y varones organizados para frenar a otros varones”, concluyó Bard Wigdor.