Para las generaciones anteriores, es difícil entender la nueva relación de los jóvenes con el trabajo, en la que deja de ser la dimensión más importante de la vida. En realidad, no es que ellos lo valoren menos, sino que tienen sus condiciones muy claras y no aceptan ofertas que no las respeten.
Testimonios en primera persona indican que la flexibilidad, una adecuada remuneración, buen ambiente laboral, autonomía, la posibilidad de tener un balance entre la vida laboral y la social, son los aspectos que más buscan y valoran.
Trabajar para vivir, no vivir para trabajar
Cada vez es más frecuente cruzarse con publicaciones en redes sociales de jóvenes que cuentan sus experiencias “fallidas” con propuestas laborales que no cumplieron con sus expectativas, ya sean salariales, de horarios o modalidad.
Hay ciertos estándares que esta generación tiene establecidos claramente. Ante este panorama, Alejandro Servide, director de la consultoría de Recursos Humanos Randstad para Argentina y Chile, con 28 años de trayectoria en el rubro, tiene claro cuáles son las diferencias generacionales: “Hoy el joven valora mucho ese equilibrio entre la vida personal y su vida laboral. Valora el propósito, que lo que esté haciendo le guste, lo cautive. Eso es muy importante, y esa para mí es la diferencia. No es que no hay compromiso, sino que hay una valoración distinta”.
En este sentido, testimonios de jóvenes reafirman que esa es la principal búsqueda: un equilibrio sano entre el trabajo y la vida personal. Valentina, de 22 años y estudiante de Psicología, cree que el tiempo para uno mismo tiene gran valor: “Poder tener salud física y mental es mi prioridad. Creo que, en general, el mercado laboral hoy busca la productividad. No importa a costa de qué, sólo importa trabajar. Entonces, se lleva puestas muchas otras aristas de la vida que son importantes, y no se contempla un balance entre lo personal y lo laboral”.

Alejo, de 23 años y estudiante de Ingeniería Industrial, piensa algo similar: “Para mí, no existe nada mejor que tener momentos para mí mismo, para cuidar de mi bienestar mental. Es algo que nos permite a todos desarrollarnos mejor en la vida laboral. Pienso que el descanso es igual de importante que el esfuerzo”. Por el contrario, cree que hay una desconexión entre las expectativas de las empresas y lo que los jóvenes buscan: “Nosotros queremos un ambiente distinto a lo que se propone como tradicional, queremos flexibilidad”.
Juana Garabano, socióloga y becaria en Conicet, investiga acerca del trabajo de plataformas. “Hay algo que es clave para pensar el trabajo, que tiene que ver con que hoy en día no se puede realizar por fuera de otras dimensiones sociales de la vida. Para comprender las prácticas laborales y los sentidos que las personas les dan, hay que analizarlo en relación con otras dimensiones: la social, la cultural, la económica”, expresa.
También explica que hay cuestiones históricas que hacen que sea difícil para el mercado laboral adaptarse a los nuevos estándares de los jóvenes: “Hay un fuerte imaginario con el tema del trabajo estable, que viene del fordismo: trabajás de 9 a 17, siempre en el mismo espacio, con los mismos compañeros y las mismas tareas. Creo que ahí realmente hoy se están poniendo a jugar otras concepciones, porque los jóvenes buscan estabilidad laboral, pero con otras reglas. Entonces, creo que es superimportante interpretar esa demanda del sector trabajador joven sin querer hacerla encajar con este histórico modelo fordista”.
“Pagar derecho de piso” ya no es tolerable
Entre los conceptos tradicionales alrededor del trabajo, figura el “pagar derecho de piso”. Este concepto implica pasar por una etapa difícil, hacer sacrificios o aceptar condiciones desfavorables, como parte de un proceso que contribuye a ganarse un lugar o el respeto de compañeros o superiores. Cuando los jóvenes empiezan a transitar su camino en el mundo laboral, es normal que sus padres o su entorno les adviertan que deberán atravesar esto en pos de crecer laboralmente.
Hoy, los jóvenes admiten que existe este concepto, pero lo cuestionan y critican. Luciano es comunicador, tiene 27 años y está absolutamente en desacuerdo con este antiguo concepto: “Me parece deplorable que algunos lugares se sigan manejando así. Creo que toda persona que entra en una empresa debe tener el mismo respeto que el que está hace 30 años. Es más, ese que está hace 30 años debería ser generoso con el nuevo”. De todas formas, reconoce haber estado en esa posición y cree que es difícil establecer límites cuando lo que se quiere es ganar experiencia: “Hay una línea muy delgada entre tener buena predisposición y decir que sí a todo. Es duro, pero creo que se puede tener una actitud crítica y marcar algunos límites”.

Por su parte, Valentina coincide: “Es lógico que las personas que han hecho una trayectoria larga para llegar a cierto lugar tengan otros beneficios, pero me parece que no justifica que se aprovechen del que recién entra, no creo que esté bien. Hay que aprender a poner límites, entender hasta qué punto es correcto que estés dando todo de vos y decir que sí a todo, sobre todo para sentar precedentes para que no te pasen por encima”.
Servide encuentra un valor en esta actitud de los más jóvenes: “Las nuevas generaciones tienen las cosas claras: ‘Doy esto, en contraprestación de aquello’. En ese sentido, creo que tenemos que aprender de ellos, a poner límites, a valorarnos y respetarnos a nosotros mismos en el trabajo”.
Garabano, por su lado, también remarca la importancia de saber distinguir los límites: “Creo que son muy valorables las experiencias plurales que hoy tenemos los jóvenes, de no hacer lo mismo siempre y de explorar las trayectorias de cada uno. El tema es cómo conjugamos eso con no regalar nuestro tiempo, no entregar alegremente todos nuestros derechos laborales y no individualizar todas las responsabilidades”.
Ya no se proyectan a largo plazo
Otro de los conceptos que ha ido mutando con el tiempo es el de permanecer muchos años en el mismo trabajo. Es muy común que los jóvenes cambien de espacio cada pocos años, o incluso meses: “Ya no pasa lo de hace un tiempo, que antes una persona entraba a un trabajo, hacía carrera y se jubilaba en una empresa. Lo más común es ir saltando de una empresa a otra por mejores condiciones o por búsqueda de crecimiento. En mi caso, pasa porque mis intereses van cambiando ”, dice Luciano.
“No me proyecto a largo plazo en ninguna empresa porque considero que hay que ir en busca de nuevas experiencias, conocer nuevos procesos, espacios y compañeros; en la diversidad está el cambio. Quedarse en un mismo lugar estanca y atrasa”, cuenta Rosario, contadora, de 26 años.
En cuanto a esto, Servide piensa que los jóvenes tienen una mirada más inmediata: “Creo que eso de cambiar de empleo rápidamente se da porque, hoy en día, los contratos están atados a un montón de cosas. Los jóvenes miran hacia adentro para entender qué les pasa. Si sienten que su trabajo tiene un propósito, les gusta lo que hacen, tejen buenas relaciones, y piensan que su compañía les da el aprendizaje y el acompañamiento que necesitan, se quedan. Si no, cambian”.

Valentina no cree en la promesa de pasar toda una vida trabajando en el mismo lugar: “No me proyecto a largo plazo en ninguna empresa. No lo veo posible y no estoy de acuerdo con las lógicas que imponen la mayoría de ellas, justamente porque valoro algunas cuestiones que las empresas no tienen en cuenta”.
Garabano explica que tiene que ver con un síntoma de estos tiempos: “Hay un vínculo con el futuro que es diferente, porque la proyección individual ha cambiado. Hoy, los jóvenes no se hacen las mismas promesas que las generaciones anteriores. Hay una relación con el tiempo que en este mundo contemporáneo cambió, hay una disputa por el tiempo con nuestra capacidad de proyección a futuro. Tenemos un deseo de autonomía, de saber que tenemos la posibilidad de pivotar en distintas tareas, de crecer y aprender en distintos ámbitos”.
Un desafío constante para las empresas
Frente a este panorama, las empresas deben encontrar la manera de hacer recambios generacionales sabiendo que pueden contar con los jóvenes. Ellos vinieron a cambiar las reglas y es allí donde se presenta el desafío: ¿cómo presentar una propuesta atractiva?, ¿cómo hacer que se queden?, ¿cómo incorporar una cultura del trabajo que tenga como norte su bienestar?
“Hoy los jóvenes eligen dónde quieren trabajar, lo analizan mucho. A través de toda la información que tienen, antes de entrar a trabajar en la compañía, ya cuando fue a las entrevistas, indagó, buscó quién es el que lo va a entrevistar, investigó sobre la compañía, pudo navegar por internet y decidir si quiere o no estar ahí. Antes, la empresa nos elegía a nosotros. Ahora es un proceso mutuo”, asegura Servide.
“No sé por qué se da así, todo es muy rígido. Creo que no nos entienden. No sé bien a qué se debe la falta de ese clic cultural, pero los jóvenes necesitamos otra cosa”, afirma, un tanto decepcionado, Luciano.
El director de Randstad tiene claro que el cambio lo tienen que hacer las empresas si quieren contratar a jóvenes: “No son ellos los que se tienen que adaptar. Nosotros necesitamos entender lo que ellos quieren, valoran, demandan, porque son los líderes del futuro”.