La imagen de los alimentos ecológicos como sinónimo de salud está profundamente instalada en el imaginario de los consumidores. Sin embargo, según la evidencia científica actual, esa idea no es del todo precisa.
El valor de estos productos radica más en el modelo de producción, el respeto ambiental o en la cercanía, que en sus propiedades químicas o vitamínicas.
Miguel Herrero, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, explica que no hay pruebas concluyentes de que estos productos tengan una calidad nutricional superior a la de los convencionales.
“No hay ningún estudio que demuestre que un alimento ecológico tenga más nutrientes, mejor calidad o que sea más saludable que uno convencional”, sostiene el especialista.
Qué significa que un alimento sea ecológico
La producción ecológica prohíbe el uso de fertilizantes y pesticidas sintéticos, así como antibióticos en animales, salvo casos estrictamente controlados. También exige prácticas que respeten el bienestar animal y promuevan la biodiversidad del suelo.
Todos los productos etiquetados como ecológicos deben estar certificados y sometidos a controles periódicos. Pero incluso con estas condiciones, el impacto ambiental no siempre es menor que el de la agricultura convencional.
Ecológico no siempre es sinónimo de sostenible
Un dato clave que aporta Herrero es que muchos productos ecológicos provienen de cultivos a gran escala, incluso en invernaderos, y pueden recorrer miles de kilómetros antes de llegar al consumidor. “¿Es realmente mejor una pera ecológica envuelta en plástico que una convencional de una huerta local sin sellos pero más fresca y de cercanía?”, plantea el experto.
Además advierte que existen pesticidas naturales, como las piretrinas, que pueden ser altamente tóxicos para el medio ambiente. Esto refuerza la idea de que “natural” no siempre equivale a “inofensivo”.
La elección de productos ecológicos responde a múltiples factores: éticos, ambientales, de cercanía y de sabor. Pero desde el punto de vista nutricional, hoy no hay pruebas sólidas que indiquen que sean superiores a los productos convencionales.
La clave, según Herrero, está en mirar más allá de la etiqueta y entender el contexto completo: cómo se produce, de dónde viene y qué impacto real tiene.