Con la inflación volando en los últimos meses, llegar a fin de mes se tornó una tarea ciclópea para millones de familias. Y ante la imposibilidad de sumar nuevos ingresos en un marco general de caída de la actividad económica, la mayoría viene optando por ajustar sus gastos todo lo posible. En ese trance, el achique en sus consumos de servicios está a la orden del día.
Con los servicios públicos (electricidad, agua, gas natural) casi no hay chances, debido a que están regulados por el Estado y la única opción pasa por bajar los consumos o gestionar alguna recategorización para mantener aunque sea parte de los subsidios, que cada vez son menores.
En el caso de los servicios privados, como telefonía celular, medicina prepaga, internet, canales de streaming, la situación es distinta. Sus tarifas estaban reguladas hasta el año pasado, pero, con la llegada de Javier Milei, se eliminaron las resoluciones que imponían límites a las facturas, y en algunos casos los precios tuvieron fuertes subas.
Frente a esto, lo que les queda a los clientes es cortar tal o cual servicio o solicitar a las propias compañías descuentos para abaratar el costo. Y, antes de llegar a la primera opción, todo el mundo intenta con la segunda. Nadie quiere reducir su estándar y calidad de vida dejando de acceder a ciertos servicios.
Según la Cámara Argentina de Internet (Cabase), el 67,5% de los hogares argentinos tomó en el último semestre alguna medida para reducir su gasto de internet fijo, mientras que el 65,3% intentó achicar el costo de su abono de TV paga. En algunos casos, pasándose a planes más económicos y en otros, solicitando rebajas o descuentos.
Frente a esto, las propias compañías se muestran hoy plenamente dispuestas a renegociar a la baja sus tarifas por vía de promociones. De hecho, si un cliente llama para pedir una rebaja, es altísimamente probable que la consiga, con descuentos que van del 25% al 50% por períodos de tres a seis meses.
Incluso, hay algunas empresas que tienen instalados bots especiales en sus sistemas de atención que, ante la sola mención de frases como “no puedo pagar” o “fuerte aumento”, disparan automáticamente propuestas de descuentos.
Por lo general, dichas rebajas suelen ser directamente proporcionales al enojo e insistencia que muestren los clientes cuando llaman a los call centers. Y si en el intercambio telefónico se “amenaza” con cortar el servicio, los beneficios ofrecidos suelen crecer de manera significativa.
También según Cabase, más de la mitad de los usuarios de telefonía celular (el 52,2%) llamó en estos meses a sus proveedores para dar de baja el servicio y en ese trámite obtuvieron un descuento, mientras que el 17,8% se cambió de compañía por un mejor costo. Lo mismo viene pasando con otros servicios, sobre todo en aquellos en los que hay varios jugadores en competencia.
A esta altura, la “relación tarifaria” entre estas empresas y sus clientes está tan distorsionada que ya es difícil saber cuál es el precio real de las prestaciones que se brindan. “Si me querían cobrar $ 20 mil, me quejé y me bajaron el abono a $ 10 mil, ¿eso quiere decir que me estaban cobrando de más?”, podría ser la legítima deducción de cualquiera usuario.
Las empresas se defienden asegurando que lo que ponen en práctica no son más que estrategias de retención de clientes, en momentos en que ninguna quiere perder usuarios, más sabiendo lo que cuesta conseguir nuevos. Pero la queja/reclamo es casi el “corazón” del vínculo comercial.
Como pasa en esas parejas con una relación amorosa tóxica, en la que alguno de los integrantes le reclama con insistencia al otro e incluso amenaza con dejarlo para intentar que cambie, en el caso de los servicios, lo que está de por medio no es amor, sino dinero. Pero, viendo y considerando el comportamiento que hoy muestran empresas y clientes, la analogía es más que válida.
