Hace unos meses se decidió que renovar el sector de juegos de la plaza General Paz en San Francisco y muchos vecinos temieron que desapareciera el tobogán “más alto del mundo” que lleva años en el lugar.
Cuando se inauguró hace 15 días el renovado sector volvieron a colocar el tobogán, con algunos arreglos de por medio zanjando un tema que era motivo de conversación en todas las casas porque no hay vecino que no se haya tirado de él.
Solo de la rampa para deslizarse el tobogán cuenta con seis metros y a eso hay que sumarle una escalera de hierro que parece eterna. La idea fue llevada a la práctica en 1969 por Aldo Salvaneschi, un señor que de la noche a la mañana se transformó en productor de juegos infantiles.
Bajo el sol de un agosto interminable, su hija Nelli contó a La Voz cómo sucedió ese hecho: “Yo le pedía todo el tiempo una hamaca para jugar porque me trepaba para todos lados. Un día le sobraron unos hierros que compró y me hizo una con una parrilla, la pusimos en el frente y ahí los vecinos empezaron a pedirle que les hiciera juegos”.
Los juegos de don Aldo se volvieron muy populares y viajaron tanto a hogares como pueblos de distintas partes del país. Con una tiza los imaginaba por las noches en el suelo y al otro día ponía manos a la obra para darles vida.
Una de las piezas que hizo fue este tobogán enorme que cuando remodelaron la plaza fue retirado y como sorpresa se guardó el secreto de que había sido enviado a restaurar. Quien lo intervino fue el artista Fabián Zaccaría que practica la técnica del fileteado porteño.
“Al principio quería filetear toda la parte de donde se tiran, pero la madera no iba a resistir, entonces hice el diseño en base al largo que son seis metros. Quedó muy vistoso y está hecho en partes iguales, solo tenía un ancho de 13 centímetros para trabajar”, explicó.
Ahora a la zona se le pondrá un cartel de advertencia de que es usado bajo propio riesgo de las personas que se suban. Esto se decidió porque hace tiempo otra polémica recayó sobre este juego por el peligro de su altura. Lo cierto es que ni el tiempo, ni la modernidad, ni las polémicas pudieron derribarlo.
