“No se trata de ayudar al planeta, la Tierra estuvo antes de que apareciera el ser humano y seguirá estando una vez que nos vayamos. No estamos aquí para defender el planeta, sino para garantizar la supervivencia de nuestra especie”.
Con esta frase, Nidya Pesantez, representante de ONU Mujeres Bolivia, comenzó su ponencia durante la primera jornada de la Conferencia Climática Internacional 2025 realizada en Córdoba.
La comunicadora se presentó durante la primera sesión plenaria sobre género, inclusión y cambio climático para contextualizar cómo el fenómeno afecta de forma desproporcionada a diferentes grupos sociales, entre los que mujeres y niñas están entre las más afectadas.
El fenómeno ambiental profundiza las desigualdades de género existentes y socava todavía más la posición social, económica y política de mujeres y niñas en muchos contextos. Según las Naciones Unidas, el 80% de las personas desplazadas por desastres climáticos son mujeres.
Además, investigaciones de su agencia para la salud sexual y reproductiva (UNFPA) subrayan que los países más expuestos al cambio climático, todos del sur global, son también aquellos donde mujeres y niñas enfrentan más peligros, como alta mortalidad materna, embarazos adolescentes y violencia de género.
Los diferentes expositores remarcaron que en aspectos clave de la gobernanza urbana y la planificación de la acción climática como las estrategias financieras y el monitoreo de impactos, las experiencias de mujeres y de niñas suelen pasarse por alto.
Esto desaprovecha la oportunidad de integrar el papel fundamental de las mujeres en la mitigación del cambio climático y en recursos innovadores basados en la experiencia vivida.
Con el objetivo de considerar este aspecto, la segunda sesión plenaria del bloque se centró en realzar soluciones inclusivas de género para la acción climática a través de la presentación de diferentes casos nacionales e internacionales.
Mujeres, desigualdad y territorio
En ese marco expuso Ibel Diarte (30) en representación de la asociación civil Qomlashepi Onataxanaxaipi, que reune a mujeres artesanas indígenas y trabajadoras de la comunidad originaria de Fortin Lavalle, a las puertas del Impenetrable, Chaco
A su vez, el organismo recibe el apoyo de Fundación Gran Chaco y forma parte de Comar, una red de 23 asociaciones de mujeres artesanas de los pueblos wichi, qom, qomle´ec, kolla y pilagá del Gran Chaco, Formosa, Jujuy y Salta.
Ibel explicó los motivos por los cuales las mujeres indígenas de contextos rurales son más vulnerables frente al cambio climático. Estos son: la falta de inclusión digital que no les permite acceder a la información climática, el limitado acceso a recursos financieros y al crédito, y la falta de participación en las mesas de toma de decisiones.
“A todas las mujeres indígenas de la comunidad nos impacta muchísimo el cambio climático porque en El Impenetrable no hay formación acerca de esto. Estamos muy alejados, las comunidades son muy distintas y estamos acostumbrados a cierto comportamiento de la naturaleza”, remarcó a La Voz.
En ese sentido, la capacitación digital se vuelve fundamental. Manejar Google Maps o acceder a datos meteorológicos puede marcar la diferencia ante eventos climáticos desfavorables que hoy, en la mayoría de casos, los llevan a desplazarse y perder todo. Contar con información les permite prever y saber a quiénes recurrir si no pueden evitar los daños.

Conseguir más participación en las mesas de decisión es otro objetivo por lograr para enfrentar mejor la crisis ambiental. “Hoy somos invisibilizadas. Necesitamos que cada mujer se sienta más representada al momento de resolver las problemáticas de la comunidad”, dijo Ibel.
Y agregó: “Las mujeres indígenas, nos sentimos capacitadas porque conocemos nuestro territorio, aprendemos y buscamos soluciones. Somos las que más andamos, las que más conocemos la naturaleza porque estamos en contacto. Es muy importante destacar eso”.
Progresar con la artesanía
El trabajo de las mujeres índígenas parte de fibras naturales como el chaguar, la palma, el carandillo o la lana de oveja y de llama para elaborar cestería de todo tipo, carteras, cartucheras, yicas, chalecos, polleras, entro otros productos.
Los procesos de producción implican múltiples tareas, como la recolección de la materia prima, su desfibrado, secado y teñido con tintes naturales, y luego técnicas de tejido y cocido milenarias.

Como es evidente, para su tarea las artesanas necesitan del monte y en este punto cabe señalar que en el caso de la palma, por ejemplo, el avance de la frontera agropecuaria hizo a los palmares de difícil acceso. Las distancias recorridas son cada vez más largas y requieren más tiempo y esfuerzo.
En Qomlashepi Onataxanaxaipi se dedican sobre todo a la cestería y desarrollan su tarea desde el año 2013, cuando eran apenas 17 mujeres. Hoy ya son más de 50 las que elaboran y venden sus productos en ferias locales, a los turistas que visitan constantemente la asociación y a través de redes sociales o medios digitales.

“Desde los 9 años, una mujer indígena empieza su proceso de trabajo en la casa, viendo a sus madres y abuelas. Yo siempre veía a mi abuela haciendo su artesanía que después cambiaba por frutas, verduras y otras elementos”, contó Ibel.
Ese intercambio está en el centro del menosprecio al trabajo artesanal, según la joven. “Nuestro trabajo nunca fue valorado en el mercado local, por eso hoy buscamos que se visibilice, demostrar que no es un producto cualquiera, sino algo de nuestra comunidad, y que se venda como corresponde”.

Viendo esta necesidad es que hace más de 10 años Ibel empezó a organizarse, a reunirse con otras mujeres para formar la asociación y poder “progresar a través de la artesanía”, algo que las representa culturalmente.
Y cerró: “Hoy represento a tantas abuelas y ancianas que desarrollan su trabajo con sus conocimiento y sabiduría. Como joven capacitada para expresarme libremente, me presento ante la sociedad para defender los derechos de todas esas mujeres analfabetas que lucharon y trabajaron en el territorio y fueron invisibilizadas”.