La primera vez que Carolina Nanclares ansió trabajar en Médicos Sin Fronteras fue de adolescente, cuando vio las imágenes de un noticiero sobre un terremoto en Pakistán. Desde ese momento, la idea le fue rumiando en la cabeza hasta que terminó su carrera en la Universidad Nacional de Buenos Aires y su especialidad en Clínica Médica.
Como su sueño siempre estuvo latente, a su mamá no le quedó otra que controlar su ansiedad cuando Carolina emprendió su primera misión como integrante de la organización, en 2006, rumbo a la República Centroafricana, un lugar que se distingue en color verde en el centro del mapa del continente.
A partir de ese momento grabó en su retina imágenes que no la abandonan. Como la de Maryam, la niña de República de Siria que logró dar sus primeros pasos después de meses de internación tras quedar con lesión en su columna vertebral: había sido interceptada por un francotirador cuando cruzaba una calle.
Eran tan remotos los lugares que visitaba y tan escasa la comunicación en aquellos tiempos, que era impensado un contacto permanente con su familia vía WhatsApp, como tenemos hoy. La mayoría de las veces tenía que esperar que la computadora de la misión se conectara al satélite para poder mandar o recibir un e-mail.
Eso sucedía una vez al día. Y en todas esas comunicaciones, la respuesta de María Marta, su mamá, era la misma: “Hija, dale para adelante”, aunque por dentro se carcomiera de ansiedad.
Hoy, Carolina va contando por el mundo su experiencia en la organización y advirtiendo sobre los riesgos de reintroducción de enfermedades controladas.
Nanclares abrió con su charla el 16° Congreso de la Sociedad de Infectología de Córdoba y dialogó con La Voz sobre aquellas epidemias que están azotando países lejanos pero que pueden afectar esta región.
Por las migraciones, hay fronteras que hoy resultan anacrónicas. Para las enfermedades, también.
–¿Cuál es la situación más peligrosa que te tocó vivir?
–Uff, tantas… Mi primera misión en un país africano fue difícil, porque de repente te encontrabas en la ruta con grupos armados. Pero creo que la situación más riesgosa fue la guerra en Siria. Estuve cuando se podía entrar, porque después ya no te permitían. Esa era un combate con palabras mayores, no se respetaban las leyes de guerra, tampoco había escrúpulos. Los bombardeos eran indiscriminados, incluso en campos de desplazados o en misiones sanitarias. Ahí me sentí más vulnerada.
–Con el ingrediente de ser mujer…
–La mujer en Siria tiene una condición, que al ser occidental quizás era diferente. Se nos valoraba por ser médicas que íbamos a ayudar y siempre me sentí respetada, a pesar de la situación de las mujeres en ese país.
–Acá no vivimos una guerra pero pasamos una pandemia...
–En situaciones de epidemia o enfermedades desconocidas pasan situaciones similares que creo son inherentes a la naturaleza humana. Yo lo comparo con la experiencia que tuve con la epidemia de ébola, en África, una enfermedad con una mortalidad altísima que provoca mucho miedo. La respuesta también genera pánico, porque usas trajes (como de astronautas) y hay alta circulación de gente en lugares donde nunca nadie va. Todo eso genera desconfianza. Hay personas que piensan que les quieren aniquilar o sacar los órganos. Se generan todo tipo de rumores y la población desconfía.
–¿Pasó lo mismo con el Covid-19?
–Sí, y no tuvo nada que ver con la situación socioeconómica de las personas. La gente fue bombardeada con información, desinformación y teorías conspirativas. Se generó una polarización que terminó alimentando la preconcepción que cada individuo tenía respecto a las medidas implementadas. Cada uno fue buscando información que validara las ideas que ya tenía. En un país tan dividido como el nuestro, hubo un uso político de esas situaciones. Asociabas tu respuesta a la pandemia a tu idea política y hasta el día de hoy se mezclan cosas.
–Después del miedo, ¿qué sigue?
–Tenía la ilusión de que después de la pandemia se acomoden las prioridades, pero no parece que eso ocurra. Al final, las personas volvieron a su vida diaria. Las poblaciones aisladas y remotas necesitan cubrir sus necesidades básicas diarias, su prioridad es tener agua y cultivar comida.

–¿Y a nivel Estado?
–Después de una epidemia, en todos los países donde trabajamos se ven las consecuencias económicas y a nivel de salud pública. Los gobiernos deben asumir ciertas responsabilidades sobre problemas que sobrevienen, que a veces quieren ocultar o callar. En países que viven del turismo, una pandemia puede afectar su principal fuente de ingresos. Hay muchas cosas que se ponen en juego que van más allá de lo puramente médico.
–¿Qué pasa con la desconfianza de la gente en las vacunas?
–Lamentablemente estamos viendo cómo más gente elige no vacunarse y no vacunar a sus hijos. Yo quisiera invitarlos al sur de Sudán, República Centroafricana y al Congo donde los brotes de sarampión generan muertes infantiles. O los brotes de difteria que estamos viendo por falta de vacunación. Me encantaría poder llevar a la gente a ver cómo la vacunación es la herramienta más efectiva.
–¿El cólera está en aumento?
–Tenemos cada vez más brotes en el mundo desde 2021. Lo estamos viendo en África, Asia y Haití. Dada la escasez global de la vacuna contra el cólera, se está aplicando apenas una sola dosis reactiva, en lugar de dos, en lugares donde hay brotes activos. Si bien en la región no tenemos brotes, como va vimos con Covid, lo que puede pasar en la otra parte del mundo también nos puede tocar aquí. Las enfermedades desconocen de fronteras.