En un salón del Centro Comunitario Por Amor (Cecopar), en barrio Las Flores de la ciudad de Córdoba, 14 niños y niñas se sientan en ronda. Frente a ellos hay una periodista, pero antes de empezar, alguien les pregunta si saben qué hace un periodista.
“Es como partir un libro a muchas personas para que todos puedan conocer una historia”, contestó una de las niñas.
En ese clima de curiosidad y juego, empezó la charla que, por unos minutos puso en pausa la rutina de apoyo escolar, actividades recreativas y la merienda que allí se sirve todos los días. La propuesta de hoy la trae Viviana Cativelli, de la organización “Si nos reímos, nos reímos todxs”, que trabaja en prevención del bullying y en promover el buen trato.
Entre los chicos estuvieron Johnny, Joaquín, Zoe, Celia, Simón, Nicol, Brisa, Aquiles, Jazmín, Yuthiel, Maycol, Santiago, Omma e Isabella.
Entre preguntas y respuestas, lo que surge es un mapa sincero y desarmado de los deseos, preocupaciones y valores que estos chicos cargan a sus espaldas y en sus corazones.
Regalos que no se compran
La primera consigna parece simple: “¿Qué les gustaría que les regalen que no sea algo material?”. No hay que pensar en muñecas, pelotas o celulares, sino en experiencias o gestos que los harían felices.
Johnny lo tiene claro: una carta de su mamá. “¿Y qué te gustaría que dijera?”, le preguntan. Sonríe y dice que le encantaría que le escriba algo lindo, que la guarde siempre. Joaquín, en cambio, pide “más tiempo” con su mamá: “Haría cosas con ella y mi hermano”.
Otros repiten el deseo: pasar más momentos con sus padres, jugar, salir al parque. Brisa, por ejemplo, sueña con compartir un helado. Aquiles, con tener un rato para jugar a lo que él quiera con su mamá.
En medio de la ronda, Celia levanta la mano para decir que también le gustaría recibir cartas, pero con recuerdos de sus abuelos, incluso de los que ya no están. “Así los recordamos en familia”, explica.
Entre celulares y reglas
En este grupo hay quienes tienen su propio celular y quienes sólo acceden al de sus padres o hermanos. La pregunta sobre las reglas de uso abre un debate: algunos cuentan que pueden usarlo hasta cierta hora; otros, que se quedan despiertos viendo videos hasta la madrugada.
Cuando fueron consultados si les pondrían reglas a los padres para el uso del celular la mayoría dijo que sí: “Cuando lleguen del trabajo, que dejen el celular y hablen con nosotros”, dice Nicole. El momento de la comida parece ser el más respetado: todos coincidieron en que en ese momento en sus casas nadie usaba el “celu”.
La charla se fue poniendo cada vez más profunda y ante la pregunta: ¿Alguna vez vieron algo en internet que no les gustó? Las caras asintieron y uno se animó a contarlo: “Vi algo que me dio asco” y otro dijo: “Yo vi algo que me dio miedo”.
Ante eso, los consejos de Viviana se vuelven clave: “En esos casos siempre tenemos que avisar a un adulto, cerrar la aplicación y no compartir datos personales”.
Lo que más valoran
La conversación también se abrió a lo que más les gusta de sus familias. Algunos mencionan juegos y actividades compartidas, como cocinar juntos. “Me encanta ayudar a mi mamá cuando hace bizcochuelo”, cuenta uno. Otra niña recuerda a su abuela, que “siempre escucha todo” y la cuida “y no mira el celular cuando hablo”, dijo orgullosa.
Entre risas surgen anécdotas de la cocina, Johnny y Zoe son hermanos mellizos: recuerdan cuando a uno de ellos se les quemó una milanesa y terminaron riendo por el incidente.
Sueños para otros niños
La charla se iba acercando a su final y allí la última pregunta se invirtió: ¿qué les desearían a otros chicos y chicas? Las respuestas fueron tan específicas como movilizantes: “Que tengan una casa”, “comida suficiente”, “útiles para la escuela”, “un papá que los ayude a estudiar”.
Algunos mencionaron casos cercanos, como el de un primo que perdió su casa en un incendio y recibió ayuda de la comunidad para volver a la escuela. Una de las chicas habló de valores: “La humildad, la responsabilidad, la solidaridad y el respeto”.
Incluso hay quienes pidieron que “ningún niño sea maltratado” y que “todos puedan crecer bien”.
“Escuchar con los ojos”: el mensaje de especialistas
Desde la ONG “Si nos reímos, nos reímos todxs” destacaron que en estos encuentros los niños expresan necesidades que interpelan a los adultos, como la de “escuchar con los ojos”.
Esto implica atención plena, validación emocional y sintonía empática. Proponen que, en la semana de la niñez, las familias regalen una hora diaria de juego elegido por los chicos, con abrazos sin apuro y palabras que acompañen, reconociendo que el juego no es un lujo, sino un “derecho esencial para su desarrollo físico, mental y emocional”.
Las especialistas, como Cativelli, remarcaron que ese tiempo compartido no requiere grandes recursos materiales, pero sí un compromiso real de presencia y conexión. Incluso cuando el juego elegido involucra pantallas, proponen que los adultos participen y compartan esa experiencia.
Las alternativas al aire libre o actividades creativas son las preferidas para fortalecer los vínculos y alimentar la imaginación. “Es un gesto simple que puede transformar la dinámica familiar y dejar huellas para toda la vida”, concluyeron.