Irreal. Así percibe Agustina Nievas, una de las últimas incorporaciones de la empresa tecnológica Santex, su experiencia como desarrolladora de software. Mientras cursaba la carrera de ingeniería en sistemas, su psicóloga le advirtió de un programa de inserción laboral de la asociación civil Panaacea (Programa Argentino para Niños, Adolescentes y Adultos con Condición del Espectro Autista).
“No estaba buscando trabajo, sin embargo encontrar un puesto de lo que me gusta y en una empresa así era un sueño”, explicó a La Voz.
El razonamiento de Agustina no es ilógico en una sociedad que históricamente discrimina lo diferente. En el ámbito laboral el funcionamiento cerebral neurotípico, que se ajusta a lo que se considera “típico” o dentro de la norma establecida por la sociedad, es el prevalente y aquello que se aleja difícilmente tiene cabida.
Sin embargo, Santex apostó por la promoción del talento neurodivergente y hace un año inició un proceso de búsqueda interna en el que eligieron dos equipos y determinaron la necesidad de talentos.
A partir de allí, comenzaron un proceso de sensibilización interna con esos grupos y con toda la compañía sobre autismo en general. En paralelo, comenzaron la búsqueda de jóvenes con esas condiciones que quisieran transitar ese desafío. Allí apareció Agustina.
“Encontré un espacio de trabajo humano y armonioso. Sé que si necesito algo lo tengo que pedir y no hay problema por eso”, dijo.
La especialista en autismo María del Carmen Gironzi entiende que las personas neurodivergentes pueden trabajar en lo que desean siempre que reciban un acompañamiento específico y una adaptación del entorno.
“En Santex podes tomarte un momento y no pasa nada. Por ejemplo, no tenés que pedir permiso si necesitas bajar a tomar aire, darte un respiro”, indicó Agustina.
El desarrollador Lorenzo Sauchelli tiene 13 años en la empresa y durante mucho tiempo no hizo pública su condición del espectro autista. Incluso él no tenía una noción cierta sobre su diagnóstico. En los últimos meses, se convirtió en un mentor muy valioso para sensibilizar internamente sobre la temática.
“Siempre me intereso por compartir mis conocimientos y experiencias y ayudar a que otros no tengan que escalar lo mismo que yo en su momento y hacerle más sencillo el camino al resto”, explicó.
Para Lorenzo ya existían personas neurodivergentes en la empresa, solo que ahora existe una apertura e inclusión.
Junto a Agustina coincidieron que el enmascaramiento (la práctica de ocultar o suprimir aspectos de los rasgos o condiciones con el fin de adaptarse a las normas del lugar de trabajo o la sociedad), es algo habitual entre las personas neurodivergentes.
Ellos ansían que ese ejercicio inconsciente se vaya diluyendo con el tiempo en cuanto haya mayor concientización de diferentes modos de percepción y respuesta al mundo.
“Ahora se ve un poco más la posibilidad de existir sin tener que forzarse a si mismo y a acomodarse a la norma. Forzar cuesta mucha energía”, reflexionó.
Diagnóstico tardío
Agustina contó que recién tres años atrás supo de su condición del espectro autista. Lorenzo también conoció su diagnóstico de adulto.
“Fue por iniciativa propia, había cosas que no me cuadraban, sobre todo en cómo me sentía con la gente”, advirtió la joven. Y agregó: “conocer mi condición me dio alivio, entender de donde viene y una oportunidad de ‘darlo vuelta´, de verle el lado positivo, de comenzar a protegerme”.
“Si hoy miro mi vida hacia atrás era obvio, pero en los ’90 no era así y el mandato era: enderezate”, mencionó Lorenzo.
Estigmas y desafíos
El joven compartió que las personas del espectro autista aún deben soportar que se cuestionen sus capacidades o necesidad de apoyos.
“Un profesional una vez me dijo que todas las personas se olvidan cosas sugiriendo que faltábamos a la verdad. Le respondí que no era así, que en muchas ocasiones tenemos que forzarnos a pensar activamente en ‘hay que lavarse los dientes’, ‘hay que ponerse los anteojos’.
Pese a la iniciativa de algunas empresas por un futuro más inclusivo la mayoría de las personas del espectro tiene dificultades para acceder al mercado laboral.
Los enfoques, a lo largo del tiempo, han estado orientados mayormente en las infancias, pero con poca atención y dedicación cuando esos niños llegaban a su mayoría de edad.
“Nosotros tuvimos suerte mas allá de la empresa de estar en un rango social que nos permite ser ‘distintos’ sin un costo a nuestra forma de vivir. Pero alguien pobre que además tenga un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDH) está condenado porque no tiene herramientas”, comentó Lorenzo.
Para Agustina también es necesario ampliar el foco en los adultos e incluso mayor accesibilidad a los diagnósticos.
“Siempre pensé que el teatro desde niños puede ayudar a empatizar con el otro”, sumó Lorenzo.
En primera persona
Al cierre de la entrevista fueron consultados sobre qué es lo más dificultoso y lo más gratificante de ser autista.
Lorenzo dijo que lo peor es vivir en una sociedad que “no acepta lo distinto, aunque diga que lo acepta”. Y lo mejor es “poder enfocar las obsesiones a algo productivo y decir al final del día que hice algo”.
Agustina sintetizó: “Mis emociones son muy intensas”. Admitió que esto era lo peor y lo mejor al mismo tiempo.