Andrea Manca es diseñadora de interiores y Marcelo Audenino, músico. Hace casi 10 años, ella, siguiendo un impulso, renunció a su trabajo. Al poco tiempo echaron a su pareja del suyo, y ambos se vieron obligados a arrancar de cero y encontrar una forma de sustentarse: poco a poco, nació Herrería Athelier.
Andrea tenía un herrero de confianza al que siempre le compartía sus diseños y le hacía pedidos, y Marcelo siempre quería formar parte de este proceso. “Un sábado a la noche le dije: ‘Si tanto te entusiasma, ¿por qué no te comprás una máquina y empezás a soldar?’”, recuerda ella.

Lo que tenía la intención de ser un chiste se transformó en realidad y al día siguiente, él fue a un gran centro comercial y se compró todo el equipo para arrancar con la soldadura.
De forma autodidacta, la pareja arrancó vendiendo sus productos en una casona de diseño en barrio Güemes. Luego, siguieron en un espacio que alquilaron, aunque seguían endeudados y con dudas.
“Yo sentía que tenía que hacerlo, creía que se me estaba dando así que me mandé. Hoy lo cuento así, pero arrancar un emprendimiento es duro, la tuvimos que remar bastante porque básicamente trabajábamos para pagar el alquiler”, confiesa Andrea.
En 2019, ya más asentados, comenzaron a dar cursos de herrería sólo para mujeres. Tiempo antes, Marcelo había empezado a dar clases en la Escuela de Oficios de la UNC y notó que había pocas mujeres, que eran muy minuciosas y le agarraban la mano “al toque” a la soldadura.
“Ahí pensamos en hacer algo específicamente para mujeres, porque sentimos que no están tan cerca de los oficios, pero son igual de capaces e incluso tienen virtudes distintas que los hombres”, explican.
Andrea se topaba con clientas que pensaban que aprender herrería era difícil y quiso ponerle un freno a ese prejuicio. “La idea era que se sintieran cómodas, que todo sea en relación con pares, que no sientan que son menos o que los varones tienen el talento dado. Queríamos que fuera un trato distinto”, afirma Andrea.
Los cursos
Hoy, el espacio ubicado en Perú 734 (barrio Güemes) tiene una parte de showroom donde exhiben sus creaciones y, en el fondo, un taller bien equipado en el que entran unas ocho personas cómodamente, en mesas individuales con sus propias herramientas.

Cada mes se dicta un taller inicial que incluye una clase semanal de tres horas, en la que se incorpora todo de forma práctica. Las mujeres que se suman aprenden a soldar de cero, perfeccionan la técnica y después hacen varios trabajos libres.
Marcelo, quien dicta las clases, busca que cada estudiante salga de ahí sabiendo hacer cualquier trabajo por sí misma. “Ellas siguen en contacto conmigo y me consultan sobre todo lo que necesitan, pero yo busco que puedan resolver las cosas de forma independiente”, afirma.
La búsqueda de quienes toman los talleres
Andrea explica que, muchas veces, la razón que lleva a las mujeres a Herrería Athelier, responde a una nostalgia vinculada a la conexión paterna. “Algunas tenían padres herreros o que realizaban trabajos manuales en general y en su momento no los podían ayudar, no podían seguir con la ‘herencia’ por el simple hecho de ser mujer”, dice.
Ahora, cada vez más mujeres se animan a dejar de lado los mandatos patriarcales e incursionar en cualquier actividad que deseen.
“Que somos diferentes, somos diferentes. Simplemente se trata de dar posibilidades. Las mujeres vienen con miedo a las máquinas, por el desconocimiento, y después se dan cuenta de que podemos hacer las cosas de igual manera que los hombres”, asegura.
Al taller asisten mujeres de todas las edades y con búsquedas distintas: como actividad social, con fines artísticos o “terapéuticos” para escaparse del trajín de la cotidianidad.

Norma tiene 61 años, es artesana en vitrofusión y arrancó el curso para sumar herramientas y saberes a su producción. “Me siento más cómoda con que seamos todas mujeres”, comenta.
Patricia, de 63 años, también es artesana, pero en cerámica, y conoció la herrería a través de las redes sociales y se interesó inmediatamente. “Empezamos la semana pasada con un grupo relindo, me gustó mucho la dinámica del profe y por eso decidí anotarme”, explica.
Denise tiene 41 años, es abogada, se define como curiosa y disfruta aprender cosas nuevas. “Me gustó la propuesta, me encantó que sea sólo para mujeres. La verdad que no me equivoqué, lo estoy disfrutando mucho”, cuenta.
Las mujeres y el mandato que las excluye de los oficios
Históricamente, las mujeres fueron asociadas a tareas domésticas y de cuidado. Poco a poco, las construcciones sociales que las alejan del mundo de los oficios, van cediendo.

Formarse en estas tareas que generalmente realizaban los hombres abre puertas que van desde la independencia económica hasta el empoderamiento personal. El camino es largo, pero lograr una participación y valoración equitativa en la sociedad, es posible.
“Creo que cada vez tenemos menos límites y más libertad de hacer lo que nos gusta, lo que sentimos, de salir a explorar y romper con los mandatos que teníamos antes, como el de estar en la cocina todo el día”, reflexiona Andrea, la creadora del taller.