A medida que pasan los años, la vejez se hace presente y obliga a cambiar muchas cosas de la vida. El día a día se modifica en cada rincón, en función de las posibilidades que se tienen: cambian algunas relaciones, no podemos realizar las mismas actividades ni habitamos los mismos espacios que antes.
¿Cómo reconfiguramos la vida y nuestra relación con el espacio cuando asumimos que nuestros cuerpos ya no son los mismos que hace algunos años?
La subjetividad en el envejecimiento
Las vivencias de la vejez son muy subjetivas y atraviesan a cada adulto mayor de una manera distinta. Algunos logran aceptar las condiciones que se imponen; y otros tienen más dificultades a la hora de adaptar sus rutinas a las posibilidades que tienen.
Nora, de 92 años, solía ser una mujer muy activa 30 años atrás: se movía desde barrio Parque Vélez Sársfield hacia el Centro en colectivo para hacer las compras, iba al Cine Club (ahora Cine Arte) en calle 27 de Abril, y luego al bar El Ruedo para disfrutar de un café. De vez en cuando, la jornada se extendía a largas juntadas con sus compañeras de la universidad.
Lo que más la frena a habitar el espacio como antes es el miedo a que le roben y el temor a caerse, por el mal estado de las veredas. Por eso, hoy su rutina se limita a las cuadras que rodean su casa y sus actividades mundanas. Con ayuda de un bastón, hace las compras en la verdulería, el trabajo en el centro de jubilados, la biblioteca y el hospital. Dos veces a la semana, en su casa, recibe a Luis, un fisioterapeuta que la ayuda a mantener la movilidad mediante ejercicios y caminatas por el barrio.
Por otro lado, su hija Paula se encarga de que la ciudad no se transforme en una desconocida para ella: “Hace un par de años, la llevé en auto al barrio de su infancia y después a donde estaba su trabajo. También, hace poquito hicimos un recorrido por algunos lugares de la ciudad, a la plaza Colón, al parque Las Heras, a la plaza de General Paz”.
Nora es un ejemplo claro de adaptación en la tercera edad: “Son las cosas que traen los años. Hay que aceptarlo y hacer lo que se puede. Yo no añoro esos años. Hice muchas cosas y las supe disfrutar mucho, pero no añoro esas épocas”, afirma.
Por su parte, Susana, de 83 años, transita sus días de una forma muy distinta. Hace aproximadamente cuatro años, y a partir de una lesión en la columna, su salud física se empezó a deteriorar. Hoy se mantiene de pie con un andador y no recorre distancias más allá de traslados hacia vehículos. A la ciudad la contempla desde el auto, cuando sus hijos la llevan de paseo o a resolver algún trámite.
Ahora, recuerda los tiempos en los que podía caminar con nostalgia: “Caminar es lo que más extraño en el mundo. A veces, en sueños, me veo caminando como antes, imaginate”.
Entre el miedo, la negación y el estigma
Los factores que determinan la falta de circulación por la ciudad pueden ser varios y no necesariamente corresponden a imposiciones biológicas o médicas, sino más bien a condiciones culturales y sociales.
Por un lado, hay factores psicológicos y modos de afrontar la vejez que se relacionan estrechamente con la concepción que tiene la sociedad de esta población, asociada al viejismo: los viejos son inútiles, lentos, incapaces de aprender o adaptarse.
Sol Rodríguez, gerontóloga y comunicadora, explica que estos prejuicios los condicionan a hacer uso de las herramientas que pueden permitir mayor independencia: “Primero, necesitamos quitarles el sesgo negativo a los instrumentos de apoyo que garantizan, de alguna forma, cierta independencia física”. Además, como otra consecuencia, pedir ayuda se convierte en otra barrera: “La gran falencia de esta cultura es que no queremos dejar que nos ayuden. Tenemos que aprender a pedir de manera asertiva y, sobre todo, aprender a recibir ayuda”.
Por su parte, Carlos Presman, médico gerontólogo, reconoce tres conductas principales en torno al envejecimiento normal. Algunos no pueden aceptar el proceso y se “sientan a esperar sin hacer nada”. Otros lo niegan e insisten en seguir viviendo como antes. “Existe un último tipo, que es el que se adapta a las condiciones psicofísicas para poder seguir viviendo de manera integrada en la sociedad”, comenta el profesional. En este sentido, Rodríguez resalta la necesidad de aceptar la realidad que nos toca: “Es importante dejar de vivir en la nostalgia de aquello que no existe y poner el foco en lo que efectivamente tenemos. Mientras estemos vivos, el presente es de todos, no sólo de los jóvenes.”
Además, Presman explica que la inseguridad que se vive en las grandes ciudades es una de las limitaciones más poderosas: “Salir a la vida comunitaria es difícil sabiendo que en la delictividad urbana es más accesible un adulto mayor que una persona joven y fuerte”.
Envejecer en un espacio que no está pensado para los adultos mayores
Otro tema, ya puesto en el centro de la discusión hace tiempo, pero aparentemente sin avances significativos, es la falta de inclusión en el planeamiento de las ciudades. Mariana Debat, doctora en Urbanismo, afirma que para muchas personas, en gran parte de la superficie de la ciudad de Córdoba, se hace difícil llevar condiciones de vida óptimas.
Presman explica cuáles son algunas de las condiciones que idealmente tendría que tener una ciudad en pos de ser accesible para los adultos mayores: “Tiene que haber rampas en cada esquina y que no estén dañadas, veredas con baldosas sanas, que haya bancos para descansar periódicamente, y que los semáforos duren lo suficiente como para poder cruzar. Incluso la señalética debería ser apta y legible para ellos”.
Debat afirma que hay paradigmas que se vienen estudiando, discutiendo y reivindicando, pero que sus fundamentos no se ven reflejados rápidamente en las ciudades. Respecto a esto, remarca el concepto de ciudades caminables: “Pensando en los adultos mayores, esto significa que cada persona pueda acceder a un espacio público de calidad para tener una vida social, como una plaza. A su vez, que tenga servicios básicos cerca de su vivienda; y lo fundamental: que se pueda llegar caminando cómodamente”.
Acá entra en juego otra deuda con los adultos mayores (así como otros sectores): el transporte público. La accesibilidad en el servicio es poco efectiva y las quejas van desde tiempos inmemorables: los choferes no paran, la frecuencia es mala, las escaleras son muy altas, hay pocas unidades con rampas. Todo esto afecta considerablemente a la independencia de este grupo etario y constituye parte de un proceso que, como bien describe Debat, es integral: “No sirve de nada que adapten el espacio propio donde vivís si el sitio colectivo que deberías habitar cómodamente, que es la ciudad, desde los espacios arquitectónicos hasta los públicos, recreativos y los vehículos de movilidad, te llevan al aislamiento social”.
Según Debat, la problemática, que tiene su raíz en lo cultural, debe ser abordada desde la arquitectura y el urbanismo para asegurar la planificación o la adaptación de ciudades amigables para los adultos mayores. “En nuestras sociedades estamos viendo cómo la población envejece, entonces tenemos que preguntarnos qué debemos hacer para que estos grupos no queden fuera de la vida social, que estén incluidos y sean ciudadanos partícipes”.