El próximo 3 de junio se cumplen 10 años de la masiva e histórica marcha #NiUnaMenos que se replicó en todo el país y que puso en la agenda pública la problemática de la violencia de género.
Paula Rodríguez es periodista y autora del libro #NiUnaMenos, que cuenta cómo se gestó el movimiento, que fue iniciativa de un grupo de periodistas y comunicadoras feministas, entre ellas Ana Corea, Marcela Ojeda y Ingrid Beck, entre otras.
La iniciativa se replicó en todo el país y canalizó la procupación por la violencia de género que ya empezaba a nombrarse como tal. Años después hubo cambios institucionales, la sociedad se sensibilizó con la problemática y los gobiernos comenzaron a incluir la problemática en sus plataformas.
-¿Cómo surge la idea de hacer un libro con la historia de “#NiUnaMenos”?
—La idea fue de Paula Pérez Alonso, de la editorial Planeta. Me lo propuso muy poquito después de la primera marcha, como una manera de dejar un registro de esa chispa que fue el inicio de lo que ahora llamamos cuarta ola del feminismo. Yo acepté porque me sentía cerca del grupo de organizadoras: conocía a varias, había colaborado en lo que pude en la previa y el mismo día de la movilización. Pero al mismo tiempo no era parte del núcleo organizador, lo que me daba cierta distancia para narrarlo. Quise que fuera un trabajo que representara colectivamente a mis compañeras, no una autoría personalista.
—¿Qué creés que fue lo clave de ese primer llamado?
—Creo que tuvo una fuerza comunicacional enorme. La mayoría de las organizadoras eran periodistas o tenían formación en comunicación. Eso permitió que se le diera forma rápido, que se generaran contenidos para explicar de qué se trataba. No fue sólo una marcha, fue una narrativa potente: una denuncia de que existía una violencia sistemática por motivos de género, que había leyes que no se cumplían, que el Estado debía actuar. Y sobre todo, que no se trataba sólo de reclamar castigo, sino de exigir una política pública integral.
—Desde tu mirada, ¿cuál fue el impacto más fuerte?
—Hubo muchos efectos institucionales, claro: más áreas de género en distintos ámbitos, leyes como la Micaela o la de paridad, y sin dudas la legalización del aborto fue un gran hito. Pero para mí lo más profundo fue lo social: la conversación pública que se generó, el haber sacado de la invisibilidad un montón de violencias naturalizadas. Fue pedagógico, acompañó a muchas personas, incluyendo niñas, niños y adolescentes, que por primera vez pudieron nombrar lo que vivían. Fue un modo colectivo de decir: “esto existe y no está bien”.
—A 10 años, ¿cómo ves el contexto actual?
—Vivimos un momento de reacción, de avance de discursos regresivos. A los movimientos liberadores siempre les sigue una contraofensiva, y hoy hay una con mucha visibilidad. Desde sectores del gobierno nacional, pero también de algunos varones que antes apoyaban la agenda feminista y ahora la culpan de derrotas electorales. Eso convive con una negación más brutal, que nos niega directamente como sujeto político. Pero esa reacción institucional y discursiva no borra el impacto social que tuvo Ni Una Menos. Lo que se vio y se escuchó, no se puede desver ni desoír.
—¿Esa potencia también explica que Ni Una Menos se haya replicado en otros países?
—Sí, el mismo día de la marcha hubo réplicas en otras ciudades de América Latina. Y un año o dos después apareció el Me Too en el norte global. Nos gusta recordar que fue antes acá, que el feminismo del sur encendió esa chispa. Argentina tiene un movimiento de mujeres muy fuerte, como también lo son sus movimientos de derechos humanos. Supimos leer algo que se estaba gestando desde abajo y convertirlo en una movilización masiva, con demandas concretas y una gran capacidad de comunicación. Esa combinación fue muy poderosa.
—En el libro también contás que hubo ciertas decisiones estratégicas, como no mencionar explícitamente el aborto legal en ese primer documento.
—Sí, se debatió mucho eso. Algunas de las madres de víctimas de femicidio que iban a estar presentes habían pedido que no se incluyera. Y como el espíritu de esa marcha también era abrazarlas, no exponerlas, se respetó esa decisión. Pero claro que la mención a la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos estuvo presente, y muchas llevábamos el pañuelo verde. Era una demanda instalada y se siguió trabajando hasta lograrla.
—A diez años, ¿qué creés que no deberíamos perder de vista?
—Que seguimos acá. Que más allá del cierre de un ministerio o del desmantelamiento de políticas públicas, hay una transformación social profunda que no se puede desandar tan fácil. Lo que cambió en las casas, en las escuelas, en la forma en que nos vinculamos, es duradero. Que nos quieran borrar del discurso institucional no significa que nos hayan borrado de la realidad. Ni Una Menos fue una enorme manifestación, pero sobre todo una narración. Una manera de decir: esto pasa y no lo quieren escuchar. Y una vez que eso se escucha, es muy difícil volver atrás.