Mayo marca un antes y después en el calendario del jardinero: los días se alargan, las temperaturas cambian y las plantas, con los rosales a la cabeza, se preparan para ofrecer sus flores.
Para que esta transformación suceda y alcance todo su potencial, conviene prestar atención al cuidado del suelo. Y a veces, ese cuidado empieza con un gesto tan sencillo como es el de enterrar una cáscara de banana junto al pie de los rosales.
Lo que para varios es un residuo orgánico sin valor, para el jardinero es un fertilizante natural de primera mano. La cáscara de la banana está repleta de nutrientes esenciales que los rosales aprovechan al máximo. Destaca su alto contenido de potasio, elemento fundamental para una floración abundante y duradera.
Pero también aporta fósforo, calcio, magnesio y cantidades de nitrógeno, todos ellos aliados para fortalecer las raíces, estimular el crecimiento de las hojas y producir tallos más resistentes.
Cómo enterrarlo de manera correcta
Cuando se entierra, la cáscara se descompone cuando el rosal entra en su fase de mayor desarrollo.
- Para mejorar su eficacia, se recomienda cortar la cáscara en trozos pequeños antes de enterrarla a unos cinco centímetros de profundidad, alrededor del rosal pero sin tocar directamente el tallo.
- Ese proceso puede repetirse cada tres o cuatro semanas, siempre con moderación, para evitar la aparición de mosquitos u otros insectos atraídos por el exceso de compost.
Cambios visibles
Tras unas tres semanas de ese tratamiento natural, los resultados comienzan a notarse: hojas más verdes, tallos robustos y, sobre todo, una floración generosa, con rosas de colores intensos y mayor duración. Además, al nutrir el suelo de forma orgánica, se favorece la biodiversidad del jardín y se reduce la necesidad de productos químicos.
