A fines de 2023, en el ocaso del gobierno de Alberto Fernández, quien fungía entonces como ministro de Economía y precandidato a presidente de la Nación, el tigrense Sergio Massa, puso en marcha una suerte de plan de emergencia que pretendía frenar el ascenso de un cada vez más notorio e imparable Javier Milei.
Desde distintos sectores se lo bautizó “plan platita”, en alusión al abultado paquete de medidas fiscales que buscó, vía una emisión monetaria descontrolada, poner dinero en los bolsillos de la población para impulsar el consumo en la previa de las elecciones.
Como ya se sabe, los resultados no fueron los esperados y, en medio de una inflación galopante, el libertario terminó ganando las elecciones.
Menos de dos años después, y motosierra furiosa mediante, la inflación ha dejado de ser la principal preocupación de los argentinos, y el primer lugar en el ranking de problemas es ocupado por la caída del poder adquisitivo, a la que se suma poco a poco el miedo a perder el empleo.
Ahora, también a las puertas de un proceso electoral, el Gobierno libertario puso en marcha otro esquema de emergencia que, parafraseando a su antecesor, bien podría denominarse “plan tasita”.
Es que el feroz estrangulamiento monetario, que como principal política económica viene implementando Milei desde que llegó a la presidencia, ha comenzado a mostrar sus limitaciones. Y, más allá del impacto negativo que dicho programa viene teniendo sobre salarios y jubilaciones, lo cierto es que la inflación dejó de bajar y poco a poco parece volver a tomar impulso, aunque en niveles mucho menos estridentes que los que comentábamos.
Para intentar sostener ese único logro de gestión, el ministro de Economía, Luis Caputo, ha embarcado al país en un riesgoso y enmarañado experimento financiero que busca contener a un dólar que amenaza con dispararse. Lo hace mediante la emisión de un festival de bonos y títulos públicos en pesos que los bancos aceptan mantener en sus carteras de activos sólo a fuerza de tasas de interés cada vez más astronómicas.
Pero esa estrategia también parece estar fracasando –la última renovación de deuda tuvo una aceptación apenas superior al 60%, a pesar de convalidar una tasa de interés de casi el 5% mensual–, por lo que esta semana se elevaron fuertemente los encajes en pesos que deben atesorar en el Banco Central las entidades financieras.
Privados de liquidez, los bancos han trasladado la suba de tasas a sus depositantes y ya ofrecen rendimientos de hasta el 45% anual por las colocaciones a plazo fijo, en una carrera desenfrenada por captar pesos que, por ahora, no tiene techo.
Veranito financiero
Así, con una inflación esperada para todo el año de menos del 30% –contenida con base en ingresos congelados y en un consumo que no repunta–, aquellas familias que tienen alguna capacidad de ahorro están viviendo una suerte de “veranito” financiero que les permite acceder a tasas reales increíblemente positivas.
Bien por ellas, que después de observar atónitas cómo en 2024 se licuaban sus ahorros, ahora ven cómo su dinero rinde mes a mes.
La enorme duda es si esto es sostenible en el tiempo y si el impacto sobre la economía real no termina siendo demasiado alto, mientras se devela si la estrategia de estabilización macro del Gobierno finalmente surte efecto.
Porque, en el medio, no sólo suben las tasas pasivas sino también las activas, lo que encarece el crédito a las empresas y también a las familias, en un contexto de endeudamiento creciente de muchos hogares y en un proceso recesivo cada vez más evidente.
Todo indica que el “plan tasita” que el Gobierno ofrece a los bancos y que también derrama sobre los ahorristas llegará hasta las elecciones de medio término previstas para octubre próximo, en procura de asegurarle un buen resultado en las urnas al mileísmo.
Después, la verdad, es muy difícil saber qué puede pasar…