Sobre la mesa hay unas hojas dentro de un folio. Detrás, las manos de un hombre las agarra y luego las suelta. Se lo nota ansioso. Su nombre es Gastón Garay (31). Al instante, una sonrisa se dibuja en su rostro. En un rato, después de cinco años, volverá a abrazar a su hija.
Algunos errores, malas decisiones y el consumo problemático lo llevaron a tocar fondo y a alejarse de ella. Estuvo casi dos años viviendo en la calle.
Una madrugada muy fría de agosto pasado tuvo un pequeño momento de lucidez y caminó varios kilómetros en busca de ayuda. Llegó a un centro asistencial, pero no lo pudieron ayudar. Desanimado y con bronca, siguió su andar sin un rumbo.
“De repente, me topé con una chata que decía Familia Grande Hogar de Cristo. Había un montón de chicos y chicas, y me mandé”, contó sobre el día que le cambió la vida.
El testimonio de Gastón es tan solo uno de tantas historias de transformación que ocurren dentro del Espacio Puentes Cura Brochero, uno de los centros de la red de Hogares de Cristo en Córdoba.
Este refugio para las personas más vulnerables forma parte de una red nacional impulsada inicialmente por los curas villeros en Buenos Aires. Bajo la inspiración del entonces arzobispo Jorge Bergoglio, buscan “recibir la vida como viene” y acompañar a personas afectadas por el consumo de drogas y la exclusión social.
Hoy, después de 10 meses, Gastón está en la etapa final de un proceso de acompañamiento para personas con problemas de adicción. El proyecto apunta a acompañar desde la complejidad de la vida, formando comunidad y contribuyendo al desarrollo humano y social de familias de la zona sur de la ciudad.
Con la guía del sacerdote Pablo Viola, coordinadores, acompañantes, profesionales de salud mental, profesores, cocineros, mantenimiento y logística, se esfuerzan cada día a través del diálogo para recibir y acompañar diferentes historias de personas que luchan contra sus adicciones y otras vulnerabilidades.
“Me costó mucho darme cuenta de que necesitaba esto. Viví mucho tiempo en la calle y, si bien en ocasiones lo intenté, los fracasos me provocaban que no le encontrara la forma. Buscaba la felicidad, pero siempre había algo en mí que me lastimaba y el consumo me hacía olvidar de todo”, recordó Gastón.
Esa mala vida que nombra provocó que su familia se cansara y le cerrara las puertas. “Intenté pilotearla unos días en la calle, pero de repente ese tiempo se convirtió en meses y en años”, reconoció.
Gastón mencionó que lo más duro de esa experiencia, más allá del hambre y el frío, es lo que se ve, la sensación de miedo y la desprotección.
Cuando llegó al centro de acompañamiento de barrio Comercial, Gastón estaba “roto”. Así se identificó en este diálogo íntimo con La Voz. “Por un lado, quería estar ahí; por el otro, me resistía y me costaba confiar”, dijo.
Con el transcurrir de los días, Gastón bajó la guardia y aceptó recibir ayuda. “Lo primero que les dije fue que quería volver a ver mi hija, y hoy tengo un turno para verla”, contó emocionado.
La obra de los Hogares de Cristo se distribuye en lugares concretos de contención y prevención, donde van pasando por distintas etapas, van conformando un camino que los llevará a desarrollar su propio proyecto de vida.

Hoy Gastón acompaña los primeros pasos de otros que estuvieron como él en el refugio de varones. “Es importante que sepan que con responsabilidad, amor y paciencia, se puede salir adelante. La base de esto es recordar como estaba antes y de lo que me perdí”.
Antes de ir a los Tribunales de Familia para ese abrazo inolvidable, Gastón reconoció que el hogar le hizo entender “los tiempos de Dios”. “No me podía presentar a esta audiencia si yo no estaba bien. Ellos me ayudaron a encontrar esa mirada que había perdido”.
Y agregó: “No estoy acostumbrado a ser feliz. Aprendí a hacerlo desde las cosas simples de la vida, de poder quedarme a dormir en mi casa como antes y de ver la felicidad de mis seres queridos por cómo me siento hoy”.
“No quería más esa vida”
En la misma mesa está Ayelén Valenzuela (29). Hace nueve meses tomó la decisión de intentar por tercera vez cambiar su vida. Tenía $ 500, le pidió otro tanto a su padrino y se tomó un colectivo a la sede de Puentes. Pesaba 38 kilos.
“No quería más esa vida. Lo había perdido todo, entre eso, a mi hijo, que es lo más importante que tengo. Ya no tenía amor propio, ni dignidad, le había robado a mi familia o les vendía cosas”, mencionó.
Ayelén reconoció que en su corazón siempre había una luz de esperanza por lo que había conocido siete años atrás: ese modo de acompañamiento y contención “en el que no te preguntan, sino que te abrazan”.
En esa sintonía, Viola citó una frase de Don Orione: “Yo no te pregunté qué hiciste, sino cuál es tu dolor”. El cura explicó que las personas que llegan al centro barrial acuden con una historia que tratan de sanar, muchas veces vinculada a una pérdida del sentido vital.
Así el programa pretende una integralidad que no se reduce únicamente en el consumo o a lo psicológico, lo social, lo espiritual.
Para Ayelén, el espacio y las personas que lo componen la han ayudado a volver a tener sentido de la responsabilidad. “Tuve que hacerme cargo de lo que me pasaba y de a poco recuperar ese amor propio. Yo era una chica alegre y me había convertido en una persona mala”, contó.
El valor de la responsabilidad fue otra de las grandes conquistas en estos meses. “Tengo ganas de ser una mejor mamá, seguir acompañando a otras chicas en este camino, estudiar y trabajar”.
Hábitos y comunidad
Tanto Gastón como Ayelén valoraron la posibilidad de recuperar los hábitos y el sentido de pertenencia a una comunidad como herramientas que los van a sostener a futuro.
“Tender la cama, poner la mesa, desayunar en familia y la higiene personal son solo algunas rutinas que en la calle te daban igual”, reflexionó Ayelén.
Por una respuesta colectiva
Viola, quien también es titular de la Pastoral de Adicciones de la Iglesia Católica de Córdoba desde 2013, alertó que la problemática cada vez es más grave y que requiere de una acción que involucre al Estado y a la sociedad civil.
En la actualidad, el aporte del Sedronar, que subsidia iniciativas como esta, “queda chico” frente a lo que llaman “una pandemia de las adicciones”. “Solamente estamos pudiendo acompañar a una porción de todas las personas que lo necesitan. La demanda ha crecido muchísimo, estamos a tiempo de hacer algo para revertir esto”, indicó el cura.
En este sentido, la próxima semana se realizará el Congreso Arquidiocesano de Pastoral de Adicciones de Córdoba (CAPAC 2025), en la Universidad Católica de Córdoba. “La intención es reflexionar y buscar estrategias colectivas”, sostuvo.
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Desde Puentes, ofrecen este servicio a toda la comunidad y están convencidos de que quien conoce esta obra por dentro se dispone a acompañarla, ya sea patrocinando, aportando económicamente al sostenimiento o siendo parte del voluntariado.
“Los invitamos a que se acerquen y que puedan ver lo que se hace en el hogar, y a que conozcan a las personas detrás de todo esto”, concluyó Gastón.