Este domingo se cumplen 30 años desde que un grupo de jóvenes en situación de vulnerabilidad salió a vender por primera vez la revista La Luciérnaga.
Ese Día del Amigo de 1995 partieron desde la esquina de 27 de Abril y La Cañada. Desde entonces, la asociación civil se convirtió en un lugar de contención y de oportunidad laboral. “Sin mendigar” fue su lema.
Con casi 280 ediciones, la revista fue la fuente de trabajo de tres generaciones de chicos que eran, por esa vía, el sostén de sus hogares. En su mejor momento, se vendían 60.000 ejemplares por mes, contaban con 250 canillitas en la ciudad de Córdoba.
Oscar Arias, fundador del proyecto, sostiene hoy que el disparador para empezar con la revista fue descubrir que no estaba tratando con “chicos de la calle” sino con “chicos trabajadores”. La clave –marca– fue detectar su demanda laboral, hacerlos protagonistas y ver el potencial que tenían para desarrollarse.
“Ellos no querían plata ni subsidios, lo que pedían siempre era un trabajo. Así surgió esta herramienta adaptada a sus necesidades, que estaba en el medio entre lo formal e informal. La Luciérnaga fue un gran aporte para marcar el camino de la empleabilidad de los pibes. Capacitarlos y darles un oficio es una herramienta que no existía en los 90. Nosotros construimos ese paradigma que hoy está totalmente validado“, analiza Arias en diálogo con La Voz.
Pero como legado principal, remarca haber demostrado que cuando los chicos en situación vulnerable tienen herramientas, salen adelante.
“La mayoría de los jóvenes pobres están buscando una oportunidad y si nosotros generamos esas opciones, esos pibes entran en un camino de superación”, asegura Arias.
En esa línea, considera que lo más grave de la pobreza es la exclusión, la cual se erige como “caldo de cultivo” para la violencia, la delincuencia y las adicciones. “Los pibes sienten que no los tienen en cuenta y que la vida los va a comer crudos. Esa sensación de estar afuera es muy violenta, frustrante y genera mucho resentimiento. Eso solo puede prevenirse si se previene la exclusión”, sostiene.
Alexis y Cristian
Alexis Tello (27) es de Villa El Libertador y conoció La Luciérnaga en 2016, cuando lo llevó un amigo que vendía la revista.
“No entendía cómo hacía la plata y cuando me dijo, al principio no le creí. Después me lo hizo conocer y fue muy distinto a lo que pensaba. Yo quería salir de mi situación y creía que iba a encontrar a más gente en la misma que me lo iba a complicar”, relata.
La contención y el apoyo que recibió fue lo que más le sorprendió y lo que lo impulsó a empezar como canillita. Aprender a vender la revista no fue fácil, tuvo que superar su timidez y desarrollar sus capacidades de expresión.
“Encontré acá una segunda casa”, admite. Hoy acompaña a su madre a terminar el secundario en la fundación La Luciérnaga, donde también hizo cursos de peluquería y participó en la panadería.
Para sostenerse se dedica a la venta ambulante y reconoce que las habilidades para convencer las aprendió siendo canillita. “Me enseñaron a pescar y aprendí. Esto es como una escuelita donde me dieron herramientas”, destaca.
Alexis suma: “Yo pensaba que iba a golpear puertas y ninguna se me iba a abrir, que nadie me iba a dar ese empujoncito que me hacía falta, que nadie iba a apostar por mi, pero tuve la oportunidad de llegar acá y la aproveché”.
Por su parte, Cristian Ávila (26) conoció el espacio hace 15 años, también por un amigo. En su barrio, Estación Flores, varios chicos trabajaban en La Luciérnaga y lo animaban a probar. Con una familia de siete hermanos, lo intentó. Y anduvo.
“Vendí muchísimo y a mi siempre me gustó el trabajo porque tengo dos padres que me dieron ese ejemplo. Me gustaba y lo que aprendí de ser vendedor es que a la gente no le tenes que pedir, ni llorar, ni darle lástima; le tenés que vender”, apunta.
Actualmente, Cristian está terminando el secundario en la fundación La Luciérnaga y se dedica a la venta de distintos productos en la peatonal del Centro. “Vendo medias, cuellos polares, gorros y lo que va saliendo. Me hice mi propio proyecto, mi propio negocio”, describe.
Para Cristian, vender la revista fue la oportunidad de colaborar en su hogar. “Mi papá cobraba por fin de semana y podía comprar la diaria. Ayudé mucho a mi familia y estaba feliz porque le podía devolver a mis padres lo que hicieron por mí”, admitió.
La actualidad de La Luciérnaga
Históricamente la comunidad de La Luciérnaga ha involucrado entre 50 y 70 familias, pero gracias al trabajo en red con otras instituciones el impacto de su trabajo ha crecido.
Esto tuvo que ver con una transformación de la asociación, que hoy ya no tiene a la revista como primera actividad, algo que fue producto del golpe letal que provocó la pandemia y que los dejó al borde de cerrar.
Aunque se siguen imprimiendo ediciones, estas ya no representan una fuente de trabajo masiva y dejaron de ser el principal medio de financiamiento de los chicos y chicas asistentes.
Debieron reestructurarse por completo y enfocar sus esfuerzos como centro comunitario, con actividades que a diferencia de la revista crecieron en pandemia.
Hoy se dedica al funcionamiento de su comedor y, sobre todo, al apoyo escolar. En sus instalaciones, se desarrolla una escuela destinada a la terminalidad educativa de adultos que recibe a 45 alumnos.
Las actividades culturales son otro eje clave que incluye la realización de espectáculos para recaudar fondos, el uso del espacio como sala de ensayo para múltiples agrupaciones artísticas y el dictado de talleres de baile y de percusión.
Otra apuesta fuerte es su panadería social, en la que hoy trabajan algunos excanillitas y que funciona como una unidad productiva proveedora de panificación para los comedores y merenderos de la zona, y que representa,a la vez, una escuela del oficio.
Dos en el interior
“La Luci”, como le dicen sus allegados, ha tenido descendencia. Varios proyectos similares se multiplicaron en su momento por el país.
Hoy quedan dos, en el interior cordobés, que llevan ese nombre pero que avanzaron en forma independiente aunque con desafíos similares: uno en Río Tercero y otro en San Francisco.