La emergencia en el transporte público de Córdoba, en especial en la ciudad capital y su amplio conurbano, parece eterna y costosa. Tan larga como las esperas que se dan en las paradas de los ómnibus urbanos e interurbanos, y tan onerosa como lo que los castigados usuarios deben destinar de su ya golpeado presupuesto mensual.
Crisis económica, pandemia, más crisis económica, recorte en los subsidios, mucha más crisis económica, aumento brutal en el boleto. Esa es la síntesis de los últimos cuatro años de los sistemas púbicos de movilidad en Córdoba, que explican el pésimo servicio que tienen cientos de miles de usuarios a quienes no les queda otra que esperar por largo rato los ómnibus.
Cuando vienen, los usuarios ruegan para que los levanten, aunque sea para viajar colgados del pasamanos. Porque si eso no ocurre, la vida se va en aguardar por la siguiente unidad. Y si los levanta, encomendarse a las fuerzas del cielo para que ese colectivo no se rompa y los obligue, una vez más, a seguir esperando.
¿Cómo es posible que se tenga que pagar por un servicio tan malo, y que encima este se siga utilizando? Porque el usuario de esos sistemas de transporte público no tiene otra alternativa. No le queda otra que esperar, esperar y esperar por un ómnibus.
Ese “aguante” es el hilo del cual están colgados empresarios, gremios y funcionarios. Y sacan provecho de eso.
Emergencia “vale todo”
Todo lo malo se explica por la emergencia provocada por la caída de ingresos: se cayeron los subsidios, aumentó el boleto, cayó el número de pasajeros, se caen servicios. Sir Isaac Newton está haciendo estragos en este asunto.
La emergencia lo es todo: es el discurso hegemónico en esa entidad tripartita llamada transporte, en la que deciden funcionarios, gremios y empresas.
Y las salidas de la emergencia que se barajan son bajar servicios y subir tarifas. Traducción: que el servicio para el usuario sea peor y más caro. Total, aguanta; no le queda otra. Salvo quienes se pueden comprar una moto o un auto, y que juran no caer nunca más en esa tortura por la que, encima, hay que pagar.
Qué dicen los datos
Se está evidenciando en todas las encuestas: en el Gran Córdoba, sólo el 10% de los viajes se hace en transporte público.
¿A nadie se le ocurrió pensar en cómo aumentar ese porcentaje?
Parece que no. Es más, parece que hay una obstinación en seguir reduciéndolo. Porque a los pocos viajeros que optan por ese tipo de movilidad, mucho más sustentable que la privada, se los castiga con un servicio malo.
Una conocida a la que se le rompió el auto y que vive en Río Ceballos, ya no sabe en qué idioma maldecir la horrible calidad de la opción que le queda para moverse.
En el transporte urbano de la Capital provincial, la situación es similar. El sistema drena pasajeros, con una crisis que se profundizó en los últimos meses en las líneas que operaba Ersa.
En este caso, hay promesas de mejoras. Lo malo es que hasta ahora no se cumplió ninguna.
Empeorar para estar peor
¿Puede ser económicamente viable un servicio que es malo? ¿Va a ser más viable si empeoramos las condiciones para quienes lo deben usar?
La respuesta negativa es estúpidamente obvia.
¿Y si se empieza a pensar en cómo crecer? ¿Cómo se hace para incrementar la demanda en lugar de reducirla ridículamente?
El problema está en que en estos cuatro años de emergencia ni siquiera se discutieron estas cuestiones. Todo fue recorte, reacomodar... Aun cuando los datos mostraron que con ómnibus nuevos la demanda crecía por encima del resto (caso Tamse).
Salvo que funcionarios, empresarios y gremios estén empecinados en absorber hasta la última gota del sistema y en aprovechar el aguante hasta que el hilo se corte.
