Efraín es un nombre de origen bíblico: de raíz hebrea, significa “el fructífero”, es decir que produce frutos o buenos resultados. Con más de la mitad de su vida dedicada al ciclismo, Efraín Toloza (29) bien puede decir que tiene una buena cosecha bajo el brazo.
Es ciclista profesional, ganó varias carreras y también se convirtió en entrenador. Sin embargo para llegar a este presente tuvo que sobreponerse a varias dificultades.
Nació en una familia de nueve hermanos en Villa El Libertador. A sus 4 años se mudaron por trabajo a diferentes campos en el interior, principalmente en la zona de Río Primero, y tiempo más tarde regresaron al barrio.
“Elegí la bici y me cambió la vida”, recuerda Efraín sobre una decisión trascendental que hizo en su adolescencia para poder hacer otra cosa en un vecindario pobre. Años antes había intentado con el básquet, pero al no tener dinero para viajar a una competencia, se desanimó.
Con ayuda de un conocido que le compró su primera bici, con su amigo Joaquín vieron un día pasar a un pelotón de ciclistas y se sumaron. Las travesías eran largas, y como no podía seguirles el ritmo a veces se quedaba y se acoplaba a la vuelta.
“La barra del tucán”, con el bicicletero Marcelo Castillo a la cabeza lo adoptó como a un hijo, le enseñó sobre la disciplina y lo incentivó. Las primeras vueltas las realizaron en competencias de circuitos callejeros. Pero Efraín debía intercalar el tiempo de entrenamiento con la escuela y un trabajo para costear sus gastos.
“Las primeras carreras no las terminaba y después salía último. Pero lejos de desanimarme era una motivación para seguir”, recuerda. Trabajaba en un puesto de comida hasta la madrugada, dormía cuatro horas y después salía a correr. Hasta que un día, Castillo le dijo: “No podés trabajar y hacer ciclismo al mismo tiempo”.
Ese llamado de atención lo animó a reunir dinero junto a su hermano y se fue una temporada completa a San Juan, cuna del ciclismo nacional. Un colega al que conoció en una carrera le dio techo y así comenzó.
Corría 2016 y el ciclista eslovaco Peter Sagan, uno de los mejores de todos los tiempos, aceptó el pedido de Efraín de sacarse una foto. Con perseverancia y resultados consiguió integrar varios equipos de competición y hasta firmar un contrato profesional. Y cuatro años más tarde, competir al lado de su ídolo.
Hoy vive en barrio Las Magnolias junto a su compañera Milca, incursiona en el mountain bike y recuerda con emoción el barrio donde se crio. “Yo no veía los problemas que tenía a mi alrededor, me enfocaba en mejorar y en ganar. Tenía que rebuscármela y aprovechar a cada persona que se acercó a ayudarme”, asegura.
Efraín rememora que a través del impulso de políticas sociales había una veintena de chicos en su clase 95 motivados por la bici. Hoy solo queda él. “El deporte me rescató. La delincuencia y la droga están a la vuelta de la esquina. Incluso algunos de mis amigos están presos”, lamenta.
Para él es muy importante que los gobiernos, pero también iniciativas privadas, fomenten el deporte en los barrios. “Se necesita apoyo y la formación de escuelitas. Te da una disciplina, una motivación y una familia para sentirte parte”, dice.
“Así como a mi me ayudaron, yo ahora lo hago con chicos que sé que no pueden pagar. Les doy una beca para que puedan entrenar e intento conseguirles un sponsor para que puedan competir”, cuenta Efraín, orgulloso.
