Testigos de otras épocas y de otro tipo de arquitectura, sobresalen en cualquier dirección por sus monumentales alturas: son los antiguos tanques de agua potable de Córdoba.
Muchas de estas “moles” son testigos mudos de otros tiempos, pero hay otros que aún tienen vida, otra vida.
Dentro de sus cavidades circulares, viven personas que los transformaron en sus hogares, algo que causa sorpresa.
La historia de los tanques está atada a las historias de las familias que los habitan. “El tanque elige quién lo va a habitar”, dice Noel Barros (40), dueña de unos de los tanques más vistosos de barrio San Fernando y que fue construido en 1959 para abastecer de agua a la zona.
Su amor por ese espacio comenzó cuando era una niña. En 2002, sus padres lo compraron para ella y sus dos hermanos porque son dos terrenos que se pueden subdividir. Aún con sorpresa, expresa riéndose: “Es muy loco ser la propietaria de un tanque”.
Luego, su papá falleció; y ese espacio es la herencia más atesorada. Vivió allí durante 20 años. Cuando se fue, le agradeció por haberla cobijado: “No es como una casa común, sino que es algo imponente vivir ahí, pero es muy grande para estar sola. Adentro no escuchás nada de lo que pasa alrededor, tiene unas paredes muy gruesas. Es impresionante, una estructura que salía más cara voltearla que comprar el terreno”.
Antiguamente, en la parte baja funcionaba la administración y arriba estaba el agua almacenada. Hoy es una casa con baño, cocina, comedor, tres habitaciones, altillos, y que se completa con una pileta en el patio.
“El arquitecto decidió edificar ahí”, relata Noel. A lo largo de los años, le fueron agregando habitaciones. “El lugar es elegido para fiestas y reuniones familiares. Tiene un microclima especial, y ese aire que lo envuelve es único en el mundo”, remarca Silvia Cesaro, mamá de Noel.
Una aventura
“El lugar convoca”, dice su madre. Y rememora épocas pasadas, cuando alquilaba a estudiantes de países vecinos y de otras provincias. La sensación de comodidad y de sorpresa es la misma que tiene hoy Juan Cruz Cajul (23), inquilino, junto con su mamá y su hermano.
“Pedí vivir ahí porque es llamativo, tiene privacidad. Subo a mi habitación circular por una escalera, y eso me gusta”, relata. Usa el altillo para guardar su ropa, después hay otro altillo más arriba, y abajo tienen el comedor y la cocina.
“Es como un departamento. A mis amigos les llama la atención cuando digo: ‘Vivo en un tanque’. La primera vez que vinieron, no entendían cómo podía vivir aquí”, cuenta.
Juan Cruz manifiesta que nunca se imaginó vivir en el tanque y le resulta una experiencia increíble. Allí estudia y hace home office. En sus tiempos libres, toca la guitarra: “No molesto a nadie porque desde afuera no se escucha nada”.
Además, relata que le gustaría comprar el lugar.
Amor a primera vista
“Es el espacio ideal porque no hay tensiones. Es todo circular. El único problema que puede haber es con el mobiliario. Por ejemplo, la cama, que es rectangular, pero se soluciona”, relata el arquitecto Pablo Castellano, dueño de “un coqueto” tanque en barrio Bialet Massé que data de la década del ‘60.
Pablo salió a recorrer el barrio, miró hacia arriba y se dio con el tanque. “Fue un amor a primera vista”, cuenta, y agrega que por entonces “no tenía un peso”. Entregó su auto y lo pagó en cuotas. Eso fue en 1996. Compró el tanque a $ 18 mil.
Hasta 2015 lo usó como un estudio de arquitectura. Luego, en la planta baja funcionaron un kiosco y un lavadero. Lo arregló, lo pintó, le hizo refacciones, le dio un toque de “diseño ecléctico”, y desde hace cuatros años vive ahí. Antes vivía en barrio Los Naranjos.
Los altillos “tienen balcones” pintados de rojo y están llenos de plantas. El hierro y la madera sobresalen en las escaleras; adentro, los cuadros colgados de las paredes y la música se adueñan del espacio.
A Pablo el tanque lo apasiona, lo mismo que el tango. Además, vende antigüedades. Recicla y transforma objetos con los que decora la estructura de cemento. “Es una reliquia histórica”, relata.
Actualmente, vive en la planta alta, un espacio que es living, cocina, baño; y otra mitad del tanque es su habitación con una ventana con vista hacia la avenida O’Higgins.
“Es un círculo con 16 columnas, a todo le voy a poner ventanas, para que se vea toda la ciudad. La vista es espectacular”, afirma. En el futuro, planea habitar el resto del espacio.
Repite que no se iría del tanque porque “acá me hice un montón de amigos”.
Una vida en el tanque
Rodolfo Morfino (70) vive desde que tiene 6 años en el tanque de barrio Patricios. “Es mi vida”, afirma el habitante de “la mole de cemento” de más de 21 metros que sobresale desde la calle Rancagua.
El padre de Rodolfo compró un lote para hacer la casa en el barrio y más tarde se quedó con el tanque. Está dentro de tres terrenos.
Por un buen tiempo, el tanque abasteció de agua a todos los barrios de la zona y hace unos años dejó de hacerlo, pero sigue siendo un hogar para Rodolfo, su esposa Silvia y uno de sus tres hijos.
El tanque de agua tiene todas las comodidades de una casa: dos habitaciones, comedor, cocina, baño, y unos anchos caños que atraviesan los espacios. Para agrandar, la familia construyó otra habitación afuera.
Desde las calles, sorprende su forma y “el cuerpo” de color amarillo que predomina en el espacio. “Es mi lugar en el mundo. Acá hice toda mi vida. Trabajé por 39 años como chofer en empresas de transporte, criamos a nuestros hijos, y siempre viví acá”, revela.
Para él y Silvia, dos jubilados, vivir ahí es normal, pero saben que para otras personas puede ser “algo raro”. “Al principio, cuesta acostumbrarse a lo circular, pero eso se acomoda. Es como tener una casa redonda”, acota Silvia.
El espacio es elegido para fiestas y reuniones familiares. La hermana de Rodolfo es la única que vive al lado de su casa-tanque.
Ellos pasan sus horas seguros y cobijados por la imponente estructura. “Ojalá que nunca lo tiren”, expresa Rodolfo.
El de Villa Aurora
El tanque de barrio Villa Aurora, en Unquillo, tiene una vistosa arquitectura, una ubicación estratégica e historias familiares. Se encuentra en una rotonda donde sobresale la construcción de ladrillo y piedra.
Su antiguo dueño, Jorge Nalbaldian, quien emigró de Armenia a Buenos Aires, llegó en la década del ‘50 a Sierras Chicas y compró el loteo de Villa Aurora. Entonces, el tanque ya proveía de agua a los pocos vecinos que vivían allí.
La edificación es imponente, combina varios estilos, y las paredes tienen alrededor de 50 centímetros de espesor. El tanque se adaptó como vivienda: tiene baño, cocina, dos plantas con habitaciones. Hace unos años funcionó allí el restaurante Babel.
Ahora viven el chef Joaquín (42), quien era parte del proyecto gastronómico, y su hijo de 10 años. Él lo convirtió en un espacio de encuentros de arte y gastronomía. “Es un tanque que sacaba agua desde el río que está abajo porque está sobre la parte más alta del pueblo. Funciona como casa, pero el primero y el segundo piso tenían agua”, rememora el joven.
El dueño del tanque es Jorge Nalbaldian (hijo), pero Joaquín es quien vive allí desde hace 10 años, lo cuida y lo mantiene vivo con actividades que van desde talleres de lectura, teatro, club de ajedrez, hasta talleres de cocina. “Vivo acá y hago catering para películas”, cuenta Joaquín.
A la vez, agrega: “Esto es magnífico. Tengo 52 escalones hasta mi cama”. A Joaquín ya lo conocen los vecinos y lo visitan. En el patio del tanque realiza eventos y fiestas de cumpleaños.
El hogar “es frío y habitan vaquitas de San Antonio”, cuenta Joaquín, y en el verano “es un sueño”. Puede abrir las tres a cuatro ventanas que hay por piso, disfrutar del aire fresco y admirar la vista de barrio Cabana, que está en lo más alto.
