La adopción de adolescentes suele ser vista como algo complejo por parte de familias adoptantes, quienes prefieren recién nacidos porque entienden que de ese modo el aprendizaje será mejor.
Sin embargo, en los últimos años se vienen promoviendo en Córdoba y el país procesos de adopción de chicos más grandes para también brindarles un hogar. Esto multiplicó el número de postulantes para ellos y de familias integradas por hijos adoptivos adolescentes.
El Tribunal Superior de Justicia (TSJ) confirmó que partir de los cambios en el abordaje de los procesos de niñez y adolescencia, en 2023 se elaboraron 252 legajos de familias dispuestas a adoptar y 350 niñas, niños y adolescentes de distintas edades ya están viviendo con nuevas familias.
Con el protocolo para Procesos de Niñez y Adolescencia se redujeron las demoras, mejoró la respuesta judicial y se brindó celeridad a los procesos de las infancias involucradas.
Además, desde septiembre de 2023, con la reforma del Registro Único de Adopciones (Rua), el trámite de inscripción se hace de manera íntegramente virtual y desde cualquier lugar de la provincia. Asimismo se simplificaron los requisitos exigidos lo que permite un trámite más rápido y accesible.
También fueron positivas las campañas de sensibilización: “Abrazá su vida, transformá la tuya” y “Adopciones +12: Abrazá su historia, crecé en familia”, que fomentan la adopción de adolescentes entre 12 y 17 años.
Estas iniciativas, impulsadas desde la Oficina de Coordinación en Niñez, Adolescencia, Violencia Familiar, Género y Penal Juvenil del (TSJ), despertaron gran interés público y generaron que en 15 días se postulara la misma cantidad de personas que antes lo hacían en tres meses.
Consultados adolescentes que hoy esperan formar una familia a través de las convocatorias públicas públicas vigentes, desde esta área indicaron que son 34 adolescentes chicos de entre 12 y 17 años.
Sus perfiles particulares y su historia de vida pueden consultarse en este enlace, y en caso de querer anotarse para adoptar a uno de ellos en particular es posible a través del mismo perfil.
Si, en cambio, la intención es anotarse en general para todas las convocatorias como pretensos adopatantes la inscripición se hace en el Registro Único de Adopción mediante el enlace: rua.justiciacordoba.gob.ar. Para más información general ingresar a https://adopciones.justiciacordoba.gob.ar/.
La Voz dialogó con dos familias cordobesas que adoptaron adolescentes y hoy cuentan su historia para recordar que estos chicos también tienen derecho a vivir lo que queda de su infancia en un entorno familiar.
Claudia y Jorge, la pareja cordobesa que unió a cuatro pares de hermanos
“Nuestros papás son todo para nosotros. Ellos nos criaron, nos educaron, nos siguen enseñando y están siempre cuando los necesitamos”, dicen Rosita y Tiziana a La Voz.
Las dos forman parte de los 11 hijos adoptados por la pareja de Claudia Gordillo (58) y Jorge Lencinas (57), quienes a lo largo de tres décadas abrieron las puertas de su hogar para dar cobijo a quienes necesitaban amor.
Su historia está marcada no sólo por la decisión de adoptar a tres chicos de forma individual (Rosita, Tiziana y Catriel) sino también por el gesto inmenso de mantener unidos a cuatro pares de hermanos que, de otra manera, habrían crecido separados: Rocío y Celeste, Catriel y Jesica, Alan y Luz, y Gael y Alexis.
Hoy, en la casa de Unquillo, Gran Córdoba, donde viven desde hace 28 años, la mesa larga sigue siendo el corazón del hogar: cuadernos, platos compartidos, charlas cotidianas y hasta la presencia de una nieta, hija de Rosita, que confirma que la familia continúa creciendo.
“Mi hija está en un buen hogar para crecer con la crianza que nos dieron”, dice Rosita con orgullo.
Un amor que empezó en el Hospital de Niños
La historia de Claudia y Jorge comenzó en 1986. Ella tenía 20 años, él 19. Se conocieron como voluntarios en el Hospital de Niños de la ciudad de Córdoba, donde cada sábado dedicaban cuatro horas a cuidar a bebés lactantes.
Ese contacto con el dolor ajeno marcó sus vidas para siempre. “En el hospital le habíamos jurado a Dios que si no teníamos hijos propios íbamos a adoptar. Veíamos mucho sufrimiento, sobre todo de los más pequeños”, recuerdan.
Claudia nació en barrio San Martín y fue docente en escuelas de barrios vulnerables. Jorge, oriundo de Quintas de Argüello, trabajó en el Complejo Esperanza. Ambos siempre estuvieron vinculados a la niñez.
“Los chicos tienen derechos, y si están en un correccional es porque esos derechos no fueron respetados”, reflexiona.
El matrimonio se casó y, al planificar la familia, se toparon con un obstáculo: Jorge, que había nacido seismesino, descubrió que era estéril a raíz de una operación fuera de término.
“Fue un proceso de sanación. Claudia siempre me acompañó y recordamos la promesa que le hicimos a Dios. Nunca pensamos esta cantidad de hijos, se fue dando”, admite.
El camino de la adopción
La primera en llegar al hogar de Claudia y Jorge fue Rocío, con apenas tres meses y medio. Hoy tiene 29 años.
A los seis años, Rocío pidió tener hermanos. Como sabía que era “hija del corazón”, les pidió que volvieran a anotarse para adoptar. Fue entonces cuando conocieron a Catriel, de ocho años, que hoy también tiene 29. “Se llevan ocho días, parecen mellizos”, sonríe Jorge.
Después llegaron Alan y Luz, de 6 y 1 año. Más tarde, el destino les presentó a Celeste, hermana biológica de Rocío, que vivía en un hoga y con 13 años se sumó a la familia.
Con los años se descubrió que Jesica era hermana de Catriel y también la adoptaron. Luego, llegaron Tiziana y Rosita, ambas de 9 y 11 años en ese entonces, y hoy de 21. Rosita se convirtió en mamá y la pareja en abuelos.
Más tarde, se incorporó un segundo Catriel con seis meses, y hoy tiene 13. Y se completó el grupo con Gael y Alexis, hermanos que llegaron a los 6 y 9 años. Actualmente tienen 14 y 17.
Hoy, los más grandes formaron sus familias y se independizaron: una vive en Bahía Blanca, otra en Córdoba capital y otra está en Brasil. Pero en la casa volvieron a ser 11 porque se sumaron las parejas de Rosita y Tiziana.
Una casa llena de vida
Durante la pandemia en la casa de los Gordillo-Lencinas llegaron a ser 17. “Tuvimos que organizar tareas y horarios porque si no era un caos”, recuerda Claudia. Supieron resolver y llevar adelante la familia.
En esa convivencia diaria, el matrimonio cuenta que siempre les hablaron a los chicos con la verdad, convencidos de que con la sinceridad facilita la convivencia.
También fortalecieron la educación de sus hijos con psicólogos y otros especialistas. “Cuando los niños sufren abandono o maltrato lo primero que les afecta es en el aprendizaje, y eso lo trabajamos siempre”, explica Claudia.
Además, fomentaron el deporte: hay federados en patín y natación, y Alexis, de 17, integra la banda de música municipal. Los más grandes trabajan y estudian oficios.
En todo este proceso el mayor reto siempre fue lo económico. “A veces no alcanzaba, usábamos dos o tres paquetes de fideos por día”, admite la pareja.
Claudia trabajó como docente y ahora está jubilada. Jorge es capacitador de adultos en el programa provincial Ceder. Aún tienen a los tres más chicos en la etapa escolar y para sumar ingresos, iniciaron un emprendimiento de alimentos caseros: venden empanadas, pizzas y alfajores.
Además, siempre recibieron ayuda de la parroquia y de algunos “ángeles” que los acompañan y para la educación de los chicos contaron con ayuda de media beca en el Instituto Lourdes de la ciudad.
Un mensaje para las familias
Claudia y Jorge no niegan que la crianza de adolescentes sea compleja. “Hay que acompañar y escuchar. No se trata de que te digan mamá o papá, sino de entenderlos. Ellos cierran puertas, pero en algún momento las abren, y ahí tenemos que estar”, dicen.
Por eso alientan a otras familias a animarse a la adopción de chicos grandes. “Muchos tienen el chip del bebé en brazos y creen que así nunca habrá problemas. Pero los hijos tienen vida propia. Lo fundamental es el corazón: cuando se siente la cercanía, el vínculo ya está”, remarcan.
La pareja incluso plasmó su experiencia en el libro “Cuando elige el corazón”, escrito junto a un sacerdote.
“Para nosotros, nuestros hijos son todo, son nuestras vidas. La semilla ya está plantada: ahora les toca a ellos decidir cómo germinar”, finalizaron.
La conmovedora historia de la familia Dalmasso
Este caso comienza con Melisa y Nicolás, que ya teniendo dos hijas biológicas (Catalina de 13 y Nina de 9) decidieron adoptar a Isabella (13) hace más de cuatro años.
La niña tenía cuatro hermanos biológicos viviendo en distintas familias adoptivas e instituciones de cuidado. Durante el proceso de vinculación con ella decidieron hacer una reunión para conocerse entre todos.
“Armamos una reunión para que Isa y sus cuatro hermanos vengan a casa con nuestras dos hijas y pasaramos un fin de semana juntos. Con Meli teníamos la intención de darles un día de familia de vuelta”, cuenta Nicolás.
Antes de eso, en una de las visitas a Isabella en el hogar, la pareja conoció a Gabriela (18) la mayor de todos los hermanos. Ese día tocó el ukelele para ellos y quedaron impresionados.
“Cuando conocí a Gaby me enamoré de ella, vi mucho potencial”, confiesa Melisa. Esa noche oraron para pedirle a Dios que les ayudara a decidir si debían sumarla a la familia. “En nosotros hubo mucha paz y decidimos que si”, suma Nicolás.
Desde entonces sus vidas cambiaron por completo de una manera tan radical que admiten que si hubieran considerado todo la respuesta hubiera sido un no. Sin embargo, no se arrepienten de la decisión y aunque tiene sus dificultades llevan una convivencia armónica.
Educación emocional
Hoy viven en barrio Empalme y participan activamente de una iglesia cristiana. Melisa es maestra jardinera y Nicolás trabaja en logística. Para mantenerse unidos trabajan mucho en la comunicación y en desarrollar herramientas de inteligencia emocional.
“Todos somos muy distintos por eso tenemos maneras distintas de recibir amor y de darlo. La clave es entender eso y saber que la comunicación es la base porque sin vulnerabilidad, no hay conexión”, dice Gabriela.
Melisa y Nicolás reconocen los progresos que Isabella y Gabriela tuvieron durante los años que llevan viviendo juntos y remarcan la voluntad de la mayor para lograr esa paz familiar.
“Desde el primer día ese instinto maternal que tiene Gaby hizo que las cuatro se unieran de una forma impresionante. Gaby las abrazó y nunca hizo diferencias con Cata y Nina que no eran sus hermanas naturales y las incluyó siempre”, subraya Nicolás.
Y Melisa suma: “Pero igual siempre le dijimos a ella que era una hija más que no venía a ser madre. Lo pusimos sobre la mesa y planteamos igualdad para todas. Ella también tuvo que dejar un poco ese rol de madre que asumió siempre con sus hermanos y aprender a ser hija”.
Cada hijo implica un desafío
En ese punto, observaron la diferencia de desafíos que les implicó cada hermana ya que Gabriela pasó de su familia de origen a otra familia adoptiva antes de llegar con ellos, mientras que Isabella pasó de un instituto a otro.
“Un chico institucionalizado es uno más y crece como en un campamento, sin un referente propio o exclusivo. Por supuesto que hay voluntarios y personas que los acompañan pero no es alguien con quien puedas tener una conexión profunda de padre y madre. Estos chicos se autogestionan mucho solos”, aclara Melisa.
Y Nicolás agrega: “Isa lo dijo varias veces: ´La mejor manera en que me amaron fue cuando me pusieron límites. Nosotros nos dimos cuenta que aunque no le gustaban, ella se sentía más amada mientras más límites le poníamos y eso la hizo afirmarse como hija.
Como reflexión final, la pareja explica que los chicos en adopción pasan por un rechazo que los vuelve muy resilientes. “Como contracara de esa habilidad se acostumbran tanto a ser autosuficientes que buscan pelear siempre todo solos. Nuestra tarea es enseñarles que ahora podemos luchar en familia”.