-Con el descubrimiento del rol de la galectina-1, ¿qué demostraste?
-Hemos podido demostrar la disminución y la reducción del tamaño tumoral y de las metástasis. Hay tumores extremadamente difíciles y poco inmunogénicos, como el de páncreas. Aun en esos tumores, el bloqueo de galectina-1 tuvo éxito, a veces en combinación con otra terapia, porque el futuro no es utilizar sólo una monoterapia, sino terapias combinadas. Con el tiempo vimos un plus, que fue un trabajo que publicamos en la revista Cell. Vimos que cuando bloqueábamos galectina-1, además de aumentar la respuesta inmune, disminuía la cantidad de vasos sanguíneos alrededor del tumor. Los tumores quieren vivir; entonces, para vivir, atraen oxígeno y nutrientes. ¿Qué hacen? Empiezan a generar un proceso que se llama angiogénesis o neovascularización, donde crecen vasos sanguíneos alrededor del tumor para llevar oxígeno. Nosotros bloqueábamos galectina-1 y disminuían la cantidad de vasos sanguíneos. Galectina-1 se unía a células endoteliales y ayudaba a formar vasos sanguíneos. Lo que hace esta proteína es cooptar mecanismos fisiológicos: el tumor la tiene en gran cantidad y utiliza esos mecanismos para poder evadir.
-Le prepara el nido perfecto.
-Por eso nosotros le llamamos “el dulce caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde”: es Mr. Hyde en el tumor, pero es Dr. Jekyll en autoinmunidad. En autoinmunidad, galectina-1 sirve para disminuir la cantidad de linfocitos y que no dañen tejidos propios. Si los miles de linfocitos que se generan para defendernos no disminuyen su frecuencia, hay peligro de que se genere una enfermedad autoinmune, que esos linfocitos dañen las articulaciones causando artritis o el cerebro causando esclerosis múltiple.
-Sabrás la expectativa que esto genera. ¿En qué etapa está? ¿Cuándo ese medicamento va a poder estar en pacientes?
-Esta pregunta es muy importante, especialmente para no generar falsas expectativas en la población, porque todos tenemos a alguien cercano que está necesitando una nueva terapia para el cáncer o para enfermedades autoinmunes. Cuando descubrimos que teníamos en mano dos plataformas que potencialmente podían servir para tratar estas enfermedades tan frecuentes dijimos: “¿Cómo podemos hacer para llegar a los pacientes?”. Como científicos nosotros investigamos, pero es muy difícil llegar a la industria farmacéutica para que pueda vender esto.
-¿Y cómo?
-Había varias opciones, pero elegimos hace dos años fundar una empresa de base tecnológica llamada Galtech, Galectin Technology. Nos propusimos con mi grupo de trabajo -Juan Manuel Pérez Sáez, Pablo Hockl, Alejandro Cagnoni, Mercedes Goin- tratar de generar de alguna manera una plataforma para que esto llegue a los pacientes. Durante muchos años pudimos trabajar gracias al aporte del Estado, pero para armar esta empresa necesitábamos privados, tenía que aparecer sí o sí el dinero del privado. En este momento nos encontramos generando lo que se llama buenas prácticas de manufactura. Contratamos empresas internacionales que se ocupan de transformar esto en un medicamento homogéneo, con todos los excipientes y características químicas que se necesitan. Esto va a ser un inyectable endovenoso. Cuando estemos listos con las prácticas de manufactura, vamos a presentar a las autoridades regulatorias -la FDA en Estados Unidos, la EMA en Europa, el ANMAT aquí- y pensamos que los primeros ensayos clínicos en pacientes pueden llegar a ser en 2027 o 2028. El primer ensayo, el “first in human”, es probar en una población pequeña la seguridad y la ausencia de toxicidad. Una vez que nos autoricen, vamos a poder ir a la fase dos, que es la efectividad terapéutica. Preferimos hacer las cosas muy bien y cumplir con todos los pasos a nivel internacional. Tenemos mucho apoyo, muchos grupos de investigación que nos ayudan, nos validan y creen mucho en nuestro trabajo.
-¿Cómo te ves? Pasaste del laboratorio a emprender.
-No sabría decirte, me cuesta verme como emprendedor. Yo siento que soy un ratón de laboratorio fundamentalmente. Me encanta hacer brainstorming, crear ideas, discutir con mis estudiantes, con mis becarios, con mis investigadores, con la gente de mi laboratorio, proyectos. Me veo como científico, me encanta la docencia. Pero cuando comencé con esto de Galtec, más allá de que yo no soy el CEO ni estoy directamente involucrado en la gestión, soy el asesor científico de la empresa, me pareció tan apasionante el camino de poder llegar hacia un paciente que dije: “Si nuestra vida tiene un sentido y un significado, ese significado tiene que ser poder, con todo lo que hicimos toda la vida, llegar a los pacientes”. El camino es muy complejo, porque pocos de los productos que se proponen pueden llegar, hay un montón de variables, pero vale la pena hacer el esfuerzo. En mi caso, tuve muchas historias familiares y de amigos con cáncer. Algunos me decían: “Inyectame lo que tenés en manos”. En un momento de mi vida hice una crisis y dije: “¿Para qué hacer tanta investigación y publicar si no puedo con esto mejorarle la vida a la gente que quiero?”. Eso fue muy determinante. Ahí tomé la decisión de que el camino es difícil, pero lo voy a hacer y quiero llevar esto a la clínica.
-Hablemos de tu familia, tu infancia en Córdoba.
-Mis hermanas son mi infancia y mi vida. Las quiero profundamente. Córdoba tiene una magia enorme para mí. Yo nací y crecí en Villa Cabrera, en avenida Carafa al 2100, en la farmacia Abrutsky, la farmacia de mi madre y mi padre. Quizás ver los remedios fue la primera inspiración. Mi mamá era extremadamente sensible, le gustaba escribir, era el centro de la familia. Mi papá era muy responsable: nunca lo vi no levantarse temprano. Era ejemplo de trabajo, ética y honestidad. Él hubiera querido que siguiera la farmacia del barrio. Mi hermana Sonia es poeta, licenciada en Letras; Sandra estudió abogacía; así que la única chance de que alguien siguiera farmacia era yo. Me gustaba acompañarlo. Pero la inmunología me enamoró. Cuando le dije que quería hacer investigación, me dijo: “No quiero que te mueras de hambre”. Le pedí que confiara en mí.
-¿Alcanzó a verte?
-Él falleció en el 2021, a los 93 años, en pandemia. Alcanzó a ver que no me morí de hambre y que pude crecer. Su apoyo fue fundamental. Mi vida también está marcada por un libro que me regaló mi hermana Sandra en mi cumpleaños 13: Cosmos, de Carl Sagan. Me acuerdo de una frase que decía algo así: “Sea cual fuere el camino que elijas, tu destino está indisolublemente ligado a la ciencia, porque el que entiende la ciencia tiene posibilidad de tener mucho más placer en la vida y de transformar la sociedad”. Ese libro me pegó para siempre, y encima ella me lo seleccionó y me lo dedicó. Todavía tengo el libro que me dedicó. Lamentablemente, ella falleció de cáncer a los 52 años y fue muy impactante para mí.
-¿Y descartaste la idea de irte?
-Hace dos años apareció una oportunidad que me abrió los ojos, porque en este momento necesitamos visibilidad internacional. Yo había dado una conferencia en Barcelona, en un centro al que me invitaron. Cuando me bajé, me invitaron a cenar esa noche y me contaron que se estaba construyendo un instituto de inmunología, fundado por la Fundación La Caixa, en Barcelona. Estaban construyendo un gran instituto de inmunología y toda la ciudad estaba esperando que esto suceda. Y me invitaron a participar. Para mí fue una gran alegría. Dije: “Qué orgullo, pero yo no quiero dejar la Argentina”. Nunca dejé la Argentina y se los dije. Volví, se lo conté a mi equipo, a mi pareja, lo pensamos mucho y dije: “Les voy a hacer una contrapropuesta: yo no me quiero mudar. Quiero ver si podemos colaborar y, en vez de cambiar de lugar, puedo expandir el equipo de investigación y hacer que, con todas las oportunidades que surgen en este instituto en Barcelona, podamos ayudar a la Argentina”. Y pude negociar estar parte del año allá y parte del año acá, seguir manteniendo mi equipo de investigación acá, la empresa acá y estar yendo y viniendo todo el tiempo. Ahora estoy probando cómo se siente viajar todo el tiempo. A veces es cansador, pero me rejuveneció, me dio ganas de seguir adelante, de ver que hay muchísimo más por hacer.
