La última estadística oficial sobre pobreza en Argentina, correspondiente al primer semestre del año, fue realmente alarmante: según el Indec, el 40,6 por ciento de la población estaba en esa condición y un 10,7 por ciento no llegaba siquiera a cubrir sus necesidades alimentarias básicas. El dato más crítico era que más de la mitad de los niños y niños menores de 14 años (54,3 por ciento) era pobre.
Cuando se difundió el dato, se especulaba con que ese sería el pico del año y que a lo largo del segundo semestre la tendencia iría a la baja. Los primeros seis meses del año habían sido muy duros, con la pandemia en su expresión más virulenta y con la inflación galopando por arriba del cuatro por ciento mensual. Estábamos muy mal, pero la situación comenzaría a mejorar.
Lamentablemente, tras un pequeño intervalo de cuatro meses, a partir de septiembre el alza en los precios volvió a castigar los bolsillos de la mayoría, sobre todo de aquellos que viven de un salario. Y aunque la actividad económica comenzó a crecer, ahora la previsión es que en la segunda mitad del año los niveles de pobreza e indigencia se mantengan. O crezcan.
Es que con una inflación acumulada que ya ronda el 42 por ciento, y que cerrará este 2021 por arriba del 50%, es muy difícil pensar en bajar la pobreza. Incluso aunque la economía vuelva a generar empleo. Tener un trabajo formal no es hoy garantía para llegar a fin de mes. Ni qué hablar si se trata de un empleo informal. Tampoco garantiza nada tener un título y ser un profesional independiente. O ser dueño de un pequeño comercio.
Según un reciente informe de la consultora Ecolatina, uno de cada tres argentinos de clase media cayó en la pobreza en los últimos cuatro años. “En el cuarto trimestre de 2017, previo a la crisis del gobierno anterior, sólo el 14 por ciento de los hogares de clase media era pobre. Ese número más que se duplicó con las crisis de 2018 y de 2019, a lo que luego se sumó la cuarentena de 2020″, señala el estudio.
A todo esto, el riesgo de que más hogares sigan bajando escalones en la empobrecida pirámide socioeconómica del país es cada vez mayor. De acuerdo con cálculos de la misma consultora, si la canasta básica (que hoy está en 72.365 pesos para una familia tipo de cuatro integrantes) supera este año en 10 puntos la variación de los salarios, la pobreza podría aumentar otros seis puntos porcentuales. Vale decir, hay muchos pobres, pero también muchos “casi pobres”, que comenzarán efectivamente a serlo si la crítica situación actual no se revierte.
De 2017 a esta parte, el poder de compra de un hogar promedio cayó entre 25 y 30 por ciento, y ese número fue aún más negativo para la canasta de consumo de los sectores medios. “Por ello, dados el nivel de inflación actual y el persistente retraso de los ingresos de la población asalariada, lo que preocupa es que el 40 por ciento de pobreza siga en alza”, interpretó Federico Moll, economista de Ecolatina.
Hay muchas “fábricas” de pobres en nuestro país. La desigualdad, la marginalidad, el desempleo, la evasión fiscal, la informalidad… y la lista podría seguir hasta completar varias páginas de un manual de desgracias económicas argentinas. Pero sin lugar a dudas la inflación es la peor de ellas. Puesta a rodar, atropella con todo a su paso y se lleva por encima la calidad de vida de la mayoría. Frenarla es un imperativo urgente, impostergable, antes de que el actual nivel de pobreza deje de ser un “techo” y se transforme en un “piso” imposible de perforar.
