–Ya en séptimo del Instituto Técnico Renault y con la tecnicatura para motores que te espera, ¿cómo estás?
–Ángelo: Muy contento, pero a la vez ansioso. Es un proceso de mi vida que lo quiero hacer tranquilo, pero a la vez quiero hacerlo lo antes posible para poder cumplir mis metas, mis objetivos, mis ganas de ya comenzar a hacer lo que yo siempre quise. Quiero entregarle el diploma a mi viejo, dedicárselo a la gente que me apoyó y comenzar a trabajar para poder salir adelante y la otra poder ayudar a la gente.
–Mucha gente creyó en vos, y vos también creíste en vos.
–Ángelo: No es que no crea en mí, primero creo en Dios y Él es el que me guía. Yo confío en Dios, no creo en el hombre o en la persona en sí. Sin Dios, el hombre no es nada. Yo intento apuntar intento apuntar a lo justo, ser honesto, ser humilde y punto. Y también dice ayudar al prójimo, entonces me gustaría intentar colaborar, intentar ayudar.
–Por ejemplo, ¿qué?
–Ángelo: Por ejemplo, cuando hay una fiesta, no sé, del Día del Niño y hay varios chicos a los que un simple juguete les hace olvidar de todo, de los problemas, los distrae, les da le da un toque de alegría a su vida. En la niñez de mi papá (Rafael), a él lo distraía una pelota de trapo, no llegaban al fútbol en ese momento y el fútbol le hacía olvidar los problemas familiares, que no podía ir al colegio y todas esas cosas. Un juguete es algo simple, y apuntaría también a ayudar con la comida o económicamente para que ningún chico pase necesidad o esté triste.
–Rafael (papá de Ángelo), a Ángelo lo conmueve la necesidad que pasaste de chico. ¿Dónde vivías?
–Rafael: En una villa. Como contó Ángelo, en el tiempo de los Reyes, por ahí uno pedía un fútbol. Yo no tengo papá. Entonces, mi mamá me hacía preparar las zapatillas, un pedazo de pan, el agua para los camellos. Poníamos una tacita para que tomaran agua y después mi mamá me mentía. Decía que Pichuco, el perro, había corrido a los camellos y que por eso no pudieron llegar los Reyes Magos con los regalos. Era que no había no había plata. Después me di cuenta de que me mentía.
–No pudiste terminar la escuela.
–Rafael: No, fui hasta segundo grado nomás.

–Pero miralo a Ángelo.
–Rafael: Sí, sí, sí, sí, por eso siempre le dije, si yo no terminé el estudio, vos lo vas a terminar, vos vas a hacer alguien en la vida. Sin estudio no somos nada. Hoy los jóvenes no quieren trabajar, no quieren salir adelante, se acostumbran a vivir de una jubilación de la abuela, de la mamá y van creciendo mal formados. Yo a mi hijo le enseñé de bien niño que tiene que trabajar y estudiar y ser alguien en la vida. Y acá tengo un gran fruto. Lo amo.
–Hacías de payaso en la peatonal, la esquina de San Martín y 9 de Julio.
–Rafael: Hacíamos globología y estábamos todo el tiempo ahí en la peatonal, con todos los chicos. Tengo el cariño y el amor de toda Córdoba, que eso no se compra ni con toda la plata del mundo. Quizá por mi trabajo, porque siempre estuve regalando afecto, amor, cariño y siempre con una palabra de aliento al que está caído. A todos. Al que tenía y al que no, porque todo el mundo sufre, con plata y sin plata se sufre igual.

–¿Cuándo la conociste a Analía?
–Rafael: Yo la conocí en una iglesia evangélica. Nos pusimos de novios y empezamos a trabajar juntos.
–Y vino Ángelo.
–Rafael: No, estábamos por adoptar a un niño, porque no venía el gringo. Y no venía. Y era porque tenía problemas de tiroides. Se hizo un pequeño tratamiento y bueno, ahí vino Ángelo, el amor de mi vida.
–Y siguieron trabajando en la peatonal, con Ángelo.
–Rafael: Ya teníamos un puestito de medias y a él lo crié ahí adentro. Hacía unos friazones, unas tormentas. Tormentones. Le poníamos nylon para que no se mojara. Y él dormía abajo del carrito. Pasaba la tormenta, sacábamos los nylon y ahí estábamos con este loco ahí adentro. Su hotel era el carro. Teníamos un colchón que nos regalaron y entraba justo abajo del carro. Cuando hacía calor sacábamos el colchón y lo tirábamos en la sombra. Y él dormía en cuero y se levantaba y decía: “Papá, el pi”. Así que aprendió a hacer pis ahí en la peatonal, en la rejilla, ahí porque después venían a lavar y no se juntaba nada de olor.
–Ángelo: Era mi monoambiente.

–Hablemos del día en que Eugenia te sacó la foto.
–Ángelo: Estudiar así era algo normal, no era la primera vez que lo hacía. Ese día mi viejo me dice “no pierdas el tiempo, hijo, ponete las pilas, ponete a hacer algo”. Bueno, me puse, tenía una prueba de inglés. Y ese día estaba parada la chica, que se llama Eugenia, pasaba normal y yo la veo con el celular, pero pensé que se estaba mensajeando. No sabía que me había sacado una foto. Me entero al otro día porque cuando vuelvo del colegio mi mamá me dice: “Ángelo, te vinieron a buscar de Canal 12”, “¿Qué, y por qué?” Y al rato vuelven los de Canal 12 y me entero de la foto.
–¿Te cambió la vida el instituto técnico?
–Ángelo: Muy, muy. No ahora, no en lo económico, pero sí con los conocimientos y el aprendizaje que tuve. Me abrió la mente mucho. Ese conocimiento, ese estar en Renault realmente te hace parar las neuronas y más los profesores que tenemos…
–Te tienen cortito.
–Ángelo: Sí, muy, muy cortito y son bien exigentes. Pero está muy bien que sean así, porque te soy sincero me hicieron desarrollar un IQ impresionante. Hay muchos profesores que son muy picantes, son un libro abierto. Fuera de joda, si te ponés a hablar con cada uno de ellos, te sorprende el conocimiento que tienen. No sé, les preguntás de un bulón, un tornillo y te conocen hasta la historia, quién lo hizo, los tratamientos térmicos que lleva, el tipo de rosca. Estar en ese colegio ahora para mí ha sido lo mejor.
–¿Te costó llevar adelante esa escuela?
–Ángelo: Yo entré en cuarto año, en 2022. Y sí, me costó muy mucho. Venía de un técnico, del Ipet número 57, el que está en General Paz, un colegio público. Pero nada que ver con el nivel de enseñanza que hay en Renault. Pero acá nos preparan siempre a nivel facultativo, nos hacen manejar programas como Solidworks, Catia, AutoCAD y capaz que a eso lo ves en un segundo año de Ingeniería mecánica.

–¿Te animarías a una facultad?
–Ángelo: Me encanta, sí. Me gustaría Ingeniería mecánica, pero quiero ver ahora qué puedo hacer yo, porque ya me siento como atrasado en el sentido de que quiero comenzar a aportar a la sociedad. Me gustaría de mi parte darle una oportunidad a la gente que quiere salir adelante, dársela y poder ayudarlo como sociedad, como ser humano y no cerrar la mente y decir “no, él no puede”.
–¿Y qué te dicen en el “cole” tus compañeros, ahora que has salido tanto en las noticias?
–Ángelo: Jaja, me dicen “ahora sos famoso, no saludás”. Y nada que ver, soy el mismo de siempre. A todos los quiero, a todos los adoro y siempre con humildad, tranqui, yo no exploto nada. Si salgo en los medios será la voluntad de Dios, capaz que es así tiene que ser, pero a mí me da como cosita.
–Rafael: Dios toca a la gente, las mentes, los corazones para decir “vamos a ver a un villero que está en la Renault estudiando, a ver qué hace ese villero”.
–Ángelo: Mi papá dice “villero”, pero para mí es uno más. Es verdad, no es mentira, pero yo lo tomo como un ser humano.
–Rafael: Yo anduve en un carro cirujeando y que me hijo esté en la Renault, uno de los mejores colegios del mundo… no sé, tengo que levantar las manos al cielo y dar gracias a Dios de que él esté donde está. A lo mejor para el que tiene no es nada, pero para mí es lo máximo que me puede pasar en la vida. Que un cartonero tenga un hijo en la Renault y adquiera el conocimiento que tiene gratuitamente es porque Dios es grande, porque Dios lo quiso así. Nosotros no tenemos ni dónde caernos muertos, ¿me entendés? De pronto, que mi hijo esté donde está, son cosas que hace Dios.
–Rafael, ¿volviste a trabajar a la petonal?
–Rafael: Todavía no, pero en cualquier momento vuelvo.
–Ángelo: No hemos podido volver porque falta mercadería. En el momento de la pandemia nos fuimos comiendo la mercadería. La calle te enseña mucho, te enseña a hablar, a comunicarte con la gente, a aprender cosas, a aprender valores. Si mi viejo hubiera ido a trabajar y no me hubiese dejado estar ahí en la peatonal, yo no sería el que soy ahora. Yo de chiquito era mucho de pensar. Ya de chiquito pensaba en que ¿qué será el día de mañana? ¿Qué haré cuando mi papá no esté? ¿Y mi mamá? ¿Quién soy yo en realidad? Era como un pequeño filósofo, chiquitito. Y le decía a mi papá: “Papi, papi, yo no sé qué voy a hacer con mi vida”. Y él me decía: “Hijo, sos tal persona y tenés que hacer esto, esto y esto”. Fue como mi pastor, estaba guiando una ovejita.
–Rafael: Por el buen camino, porque muchos jóvenes hoy están perdidos, ¿sabe en qué? En la droga. Y en la villa eso sobreabunda. Él sería uno más del montón, sería un perdido más. Estaría durmiendo en una plaza. Yo sí las conocí a todas y no voy a dejar que mi hijo esté durmiendo en la calle.
–¿Qué te gustaría hacer, Ángelo?
–Ángelo: Intento aportar o siempre hablar de Dios, pero por ahí como que no te creen. Te ven con esta cara de blanquito, adolescente y te dicen que le habrá pasado a este si no tiene pinta de nada. Pero no, capaz que yo no, pero sí soy una persona que escucha y he escuchado a un hombre que sí le ha pasado y puedo decir que sí, hay una salida. Si vos confías en Dios y vos pones tus 50, quédate tranquilo que Dios va a poner los otros 50 y vas a poder salir adelante.
–Vos sí que pusiste tus 50.
–Rafael: Sí. Y también pusieron ustedes, los medios.
–Tu origen, tu familia en barrio Müller, ¿fue una dificultad?
–Ángelo: Todos habían visto mi historia. Me aceptaron muy bien los chicos, supieron entender mi situación y me quisieron mucho. Lo único sí es que cuando yo salí del Ipet 57 mi forma de hablar era una diferente a la que yo fui aprendiendo en Renault. Antes como que las palabras no sé, tenía esa forma de hablar…
–Rafael: De villero.
–Ángelo: Bueno, no sé, mi papá dice “villeros”, pero no me gusta decirle así porque yo tengo amigos y no me gusta decirles villeros. Tienen esa forma de hablar.
–Rafael: Ha tenido un papá villero, o sea, para mí es normal.
–Ángelo: Pero tampoco sos villero, papi, para mí. Vos sos una persona más, la economía, la plata no te define, o sea, sos vos lo que vale es lo que está en vos y en cada persona.
–Rafael: Sí, sé que es así, pero, hijo, has tenido un papá villero y no sufro, no lloro, nada.
–Ángelo: Yo aprecio a la persona. Tengo amigos con más poder económico y otros amigos míos que tienen menos. Capaz que si yo juntase a esa gente, que los que tienen un poquito más puedan colaborar a salir adelante… Conozco a chicos que son, digamos, “Ángelos” también, digamos por ponerme a mí, hay muchos “Ángelos” que no están reconocidos. Porque así como me ayudaron a mí, yo me encargaría de cada uno de los “Ángelos” que quieran salir adelante, para apuntar alto.
–Rafael: Yo de chiquitito cuidaba autos. Yo le decía a Ángelo que no se tiene que olvidar del pobre. Porque no se tiene que olvidar de dónde fue el padre. Porque a este ya se le cambió la vida.
–¿Qué le cambiarías a tu barrio?
–Ángelo: Y me gustaría llenarlo de amor, amor sano. Y mucha paz, brindarle siempre una oportunidad. Yo no veo un cartonero, veo a alguien que nunca tuvo una oportunidad. Sería muy bueno a esa gente darle una mano.
Ficha picante
Ángelo tiene 18 años y está en el último año del secundario técnico Instituto Renault. Hizo el primer ciclo en un Ipet y le ofrecieron una beca para seguir ahí. Su papá Rafael (60) fue payaso durante muchos años en la esquina de 9 de Julio y San Martín. Se casó con Analía y cuando llegó Ángelo se instalaron en la misma esquina con un puesto de medias. Ahí creció Ángelo. Viven en barrio Müller, una de las zonas más carenciadas de la ciudad de Córdoba.