El abordaje de los fitosanitarios no puede implicar sólo centrarse en la pulverización, sino que necesariamente supone involucrar procesos, conocimiento, tecnología y, sobre todo, responsabilidad.
Esa fue la mirada transversal que se impuso en el encuentro Fitosanitarios 360°, organizado por la Mesa de Buenas Prácticas Agropecuarias de Río Cuarto, que reunió a referentes del sector aéreo, del terrestre y de drones, con un objetivo común: poner en primer plano la calidad de la aplicación.
“El esfuerzo de medir nos devuelve productividad”, sostuvo Juan Molina, cofundador del Grupo APC (Entre Ríos), al explicar cómo la precisión técnica es la puerta de entrada a una aplicación más eficiente y sustentable.
En su visión, el enfoque debe correrse del producto hacia el proceso. “Nos tenemos que enfocar en la calidad de la aplicación, buscar primero la mayor calidad posible. Y de esta manera, si nos enfocamos en la calidad, vamos a encontrar productividad”, señaló en diálogo con La Voz.
Molina explicó que cada aplicación implica un delicado equilibrio de variables. “Pulverizar es romper un volumen de líquido en gotas”, detalló.
Agregó que conocer el tamaño adecuado de gota para cada objetivo –ya sea un herbicida, un fungicida o un insecticida– es determinante.
“Si necesitamos llegar a un cultivo cerrado, tiene que ser una gota más fina. Si es un herbicida, puede ser un poco más grande, cuidando de que no haya gotas demasiado finas para no tener deriva”.
La deriva, explicó, no sólo significa que el producto se aleje del blanco, sino también que no cumpla su objetivo: “Deriva es no dar en la maleza y terminar en el suelo”.

Medir para mejorar
La cultura de la medición también es compartida por los aeroaplicadores. Diego Martínez, presidente de la Federación Argentina de Cámaras Agroaéreas (Fearca), destacó que la entidad lleva años promoviendo el desarrollo técnico y la mejora continua del servicio.
“Nos mantenemos enfocados en las mejoras, atentos a los avances tecnológicos, tanto en la parte aeronáutica como en la agronómica”, explicó.
Fearca agrupa a seis cámaras provinciales y trabaja en conjunto con el Grupo APC para avanzar en protocolos de medición y calibración.
“La única forma de mejorar lo que hacemos es midiéndolo”, subrayó Martínez. “Es parte del convencimiento de esta nueva era: medir para saber en concreto qué estamos haciendo y qué podemos mejorar. Esto tiene que ser una premisa para todos los sistemas de aplicación, tanto terrestres como aéreos, y ahora también nuestros ‘primos’, los drones”.
Martín Rubén Martín, vicepresidente de la Cámara Argentina de Empresas de Drones y Afines (también CEO de Drones VIP), explicó: “El dron es una herramienta, todo depende de cómo la uses. No viene a reemplazar al mosquito ni al avión, es la última milla”.
Por su menor altura de vuelo, los drones reducen la deriva y, además, ofrecen una ventaja clave: la trazabilidad. “Cada vuelo queda en un registro que cualquiera puede ver, incluso judicializar. Esa transparencia es un salto de calidad en términos de responsabilidad”, señaló.
El punto de coincidencia entre los tres especialistas es claro: no hay buenas prácticas sin capacitación y sin datos. En ese camino, la irrupción de los drones amplió el abanico de herramientas disponibles, pero también sumó desafíos técnicos y normativos.

Capacitar para profesionalizar
Drones VIP, con su plataforma educativa Agroformar, contabiliza más de 43 mil alumnos en toda América, entre pilotos, aplicadores y técnicos.
“Buscamos que todo interesado tenga inducción en buenas prácticas”, indicó Martín, quien recordó que la operación de aeronaves manejadas a distancia exige un nivel de conocimiento técnico y legal cada vez más riguroso.
“El piloto de dron es hoy el más capacitado, no tanto por la aplicación en sí, sino por la operación; el espacio aéreo tiene normativas y leyes que hay que conocer. Eso obliga a ser más profesional”, remarcó.
Sin embargo, no todo es avance. El especialista advirtió que los últimos cambios normativos nacionales, en materia de drones, generaron confusión.
“Lamentablemente, eso provoca que muchos que estaban dudando en estudiar no estudien. Y eso baja los estándares. Pasamos de ser referenciales en Latinoamérica en lo normativo y operativo a estar un paso atrás”, lamentó.
“La reglamentación está bien, pero se ha resumido en cuatro palabras algo que tiene 200 páginas. Se dijo que es libre volar en campo, y no es tan así: hay muchas condiciones que restringen el vuelo, incluso en el propio establecimiento”, argumentó.
El profesional remarcó que, si se toman todos los “considerandos” de la normativa, el 57% del territorio argentino tiene alguna restricción de vuelo para drones.
El evento en Río Cuarto fue, precisamente, un espacio de convergencia entre tecnologías y enfoques. Molina insistió en que no existen antagonismos entre los distintos métodos de aplicación: “No son competencia; muchas veces son complementarios”.
Y detalló: “Un dron permite cambiar fácilmente el tamaño de gota y evita pisar el cultivo; la terrestre reduce el riesgo de deriva y ofrece control; el avión, bien calibrado, es espectacular para grandes superficies. Cada uno tiene su lugar, lo importante es hacerlo bien”.
Para Martínez, ese espíritu de colaboración es lo que marca una diferencia en el actual debate sobre los fitosanitarios.
“Todos tenemos que trabajar en conjunto para dar mayor seguridad al productor, que es quien utiliza nuestros servicios, pero también a las autoridades y a la sociedad en general”, apuntó. La confianza social, coincidieron los tres, se construye con transparencia, con formación y con evidencia técnica.
El cambio cultural en torno al uso de fitosanitarios no se agota en la calibración de equipos o en la elección del producto. También implica una nueva forma de comunicar.
La Mesa de Buenas Prácticas Agropecuarias de Río Cuarto viene siendo un espacio adecuado para integrar a productores, a técnicos, a instituciones y a empresas en torno a un objetivo común: visibilizar y promover prácticas sostenibles basadas en conocimiento.

Nueva generación
Las cifras acompañan esta transformación. Según Martín, en la Argentina se venden entre 150 y 300 drones mensuales destinados al agro, con pesos que superan los 150 kilos.
“Sólo en este evento hay siete drones distintos, de diferentes marcas y capacidades. Eso muestra el dinamismo del mercado y el interés por profesionalizar la actividad”, comentó.
Sin embargo, advirtió la necesidad de “generar una cultura de que no hay herramientas que compiten entre sí. Nadie viene a robarle un pedazo del negocio a otro: tenemos que generar conciencia operativa”.
En la misma línea, Molina destacó que cada vez hay más atención hacia los productos biológicos, lo que refuerza la necesidad de precisión, aunque, en cuanto a aplicación, el manejo es el mismo.
“Están probados y funcionan muy bien. Hay que invitar a los productores a probar, medir y comparar. Como siempre decimos: lo que no se mide no se puede mejorar”, enfatizó.
Ese concepto, compartido por los tres especialistas, sintetiza el espíritu de esta nueva etapa. Medir, capacitar, aplicar bien y comunicar mejor. Cuatro acciones que marcan una agenda para el sector, en un contexto en el que la sustentabilidad y la responsabilidad social son tan relevantes como los rindes.
La jornada en el Aero Club de Río Cuarto dejó una conclusión unánime: el futuro de los fitosanitarios no depende sólo de innovar en moléculas o en equipos, sino de consolidar una cultura profesional que ponga a la ciencia, a la técnica y a la ética al servicio de la producción.




















