La Argentina enfrenta el desafío de innovar para lograr un desarrollo productivo sostenible. Para eso no alcanza con producir más o incorporar tecnología: es necesario articular investigación, extensión y comunidad en un proceso conjunto. Ese enfoque se conoce como modelo interactivo de innovación, y busca construir soluciones en base al diálogo.
El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta), cuyo futuro es un interrogante a partir de los rumores sobre cambios en su estructura por parte del Gobierno nacional, adoptó este modelo en múltiples experiencias en todo el país, con resultados alentadores.
Fernando Héctor Andrade, exinvestigador del Inta y del Conicet, profesor emérito de la Universidad Nacional de Mar del Plata y asesor de empresas, impulsó este enfoque desde su rol como coordinador nacional del área de Ecofisiología Vegetal.
“El modelo interactivo de innovación implica la articulación entre investigación, extensión y comunidad para conformar sociedades que aprenden”, explicó. La clave, dijo, está en “la virtuosa articulación de actores, visiones y disciplinas”.
Según Andrade, el modelo nació como una superación de dos enfoques previos: el de “la ciencia empuja”, en el que la innovación surge desde el laboratorio, y otro, el de “la tira” basado en la demanda del sector productivo. Ambos resultaron limitados. “Lo que surge del laboratorio no necesariamente genera innovación por no contemplar la complejidad que enfrentan los sistemas productivos. Por otro lado, si no tenemos una ciencia sólida, las respuestas ante determinadas demandas van a llegar tarde o no van a producir innovaciones importantes”, advirtió.
El modelo interactivo de innovación, sostuvo, requiere un sistema científico riguroso y comprometido con la sociedad. Pero también exige construir espacios efectivos de articulación. “La interacción entre investigación, extensión y comunidad tiene un efecto de un orden de magnitud superior a la suma de los efectos de los factores individuales”, señaló. En ese esquema, los productores cumplen un rol central, porque son quienes generan pertinencia y validan las soluciones construidas colectivamente.
Uno de los casos que ilustran esta dinámica fue el trabajo del grupo de Ecofisiología del Inta Balcarce con asesores Crea de Tandil. A partir de las inquietudes productivas transmitidas por Pablo Calviño, surgieron líneas de trabajo que permitieron aumentar un 25% la productividad de los campos de la zona, solo con conocimiento y procesos.
Otro eje central fue la formación de recursos humanos. Andrade lideró, junto con Alfredo Cirilo, un plan para fortalecer nodos regionales en articulación con universidades, que derivó en la formación de unos 100 ecofisiólogos e impulsó la creación del programa de Ecofisiología y Agroecosistemas. La confianza fue una condición clave para ese entramado institucional. “Si no la tenemos, hay que construirla”, sostuvo.

En la provincia de Córdoba, este enfoque se plasmó en experiencias que lograron muy buenos resultados a partir de la articulación entre el Inta, con productores e instituciones como el Movimiento Crea, el Grupo Río Seco y la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA). En todos los casos, la clave estuvo en generar vínculos sostenidos entre ciencia, extensión y actores privados. Según Andrade: “El rol del INTA es estratégico. Hay que cuidarlo”.
El aporte del Inta: un Crea que integra datos públicos y privados
En el norte de Córdoba, el grupo Crea Cañada de Luque–Sitón trabaja sobre unas 20.000 hectáreas, con un 30% bajo riego por aspersión. Allí siembra cultivos convencionales y también especialidades tanto de invierno (trigo, garbanzo, lenteja y arveja) como de verano (maíz, sorgo, maíz pisingallo, maíz semilla y porotos).
Desde hace años, María Laura Britos, ingeniera agrónoma, asesora al grupo con un enfoque basado en datos. “Mi rol es buscar respuestas a desafíos técnicos. Cuando los productores dicen ‘queremos hacer arveja’, yo necesito encontrar variedades, definir densidades y ver cómo funcionan en la zona y bajo riego”.
Para eso cruza información propia con datos públicos, como los de la Red de Evaluación de Cultivares de Soja (Recso), del Inta y la Asociación de Semilleros Argentinos. “Esa red es muy valiosa porque me permite comparar cómo anduvieron las variedades y buscar reemplazos, con 20 años de historia. Eso nos da una base muy sólida para tomar decisiones”, destacó. Con esos datos elabora informes para todas las empresas del grupo, que combinan análisis productivos con tendencias históricas. “Hace 30 días terminamos la cosecha de soja y la semana que viene realizamos reunión de grupo para analizar los resultados de la campaña de soja 2024/2025 y pensar en el nuevo ciclo productivo”, comentó
Cuando surgen dudas técnicas, una de sus fuentes más recurrentes es el Inta. “Siempre me atendieron bien, y con muchos profesionales quedó un vínculo de trabajo. Algunos los invitamos a nuestras reuniones mensuales; otras veces fuimos nosotros al INTA a capacitarnos”, señaló. Uno de los vínculos más activos es con el equipo de riego de Inta Manfredi, donde consultan sobre balances hídricos y tecnologías. “Para mí, es el mejor equipo de riego que tenemos en el país. Les rompo mucho los quinotos, y siempre están”.
Desde su experiencia, la articulación entre instituciones públicas y privadas no solo es útil, sino necesaria. “En instituciones como el INTA es donde nacen las cosas donde están los insumos y profesionales, pero no tienen la estructura para escalas mayores es ahí donde entra la articulación con lo privado que ellos si lo tienen”.
No obstante, considera que los privados deben involucrarse más en la construcción de la agenda. “Si no nos acercamos a plantear qué estamos necesitando, se puede investigar sobre cosas que no son prioritarias. Esa también es una responsabilidad nuestra”.
El aporte del Inta: Grupo Río Seco y un vínculo para resolver problemas reales
El Grupo Río Seco está integrado por 14 empresas medianas que trabajan en el norte de Córdoba y otras provincias. Aunque su base es agrícola, en sistemas de secano y riego, muchas incorporan ganadería vacuna, porcinos, y algunas crecieron verticalmente, con la creación de frigoríficos y la producción de bioenergías. Este año cumplen dos décadas como espacio técnico y de articulación institucional.
Una de sus fortalezas es la construcción de vínculos con el Inta. “Siempre nos vinculamos con profesionales del Inta para que sean parte de los equipos que colaboran en la resolución de problemas”, señaló Pablo Solfaneli, integrante del equipo técnico de coordinación.
El vínculo se inició con la red Recso junto al investigador Héctor Baigorri, y se fortaleció a partir de 2009 con el trabajo conjunto con Luis Lanfranconi en temas de malezas. Más recientemente, avanzaron en proyectos sobre manejo de efluentes junto a Nicolás Sosa, responsable del módulo de residuos agropecuarios del Inta Manfredi, con la participación de la Cámara de Productores Porcinos. Y en un trabajo con el cultivo de trigo y riego con Jorge Fraschina, que tuvo un fuerte impacto en la producción.

También mantienen una colaboración activa con Aquiles Salinas en temas de riego y con Claudia Vega para el análisis ecofisiológico de campañas. “Cuando aparece un problema puntual, Claudia siempre ha sido nuestro referente. Nos ayuda a saber qué pasó y qué variable impactó más”, explicó Solfaneli. El ajuste de modelos de simulación de escenarios productivos es otro eje de trabajo con Julio Dardanelli; así como aspectos relacionado con los cultivos de servicio, con Salvador Prietto, del Inta Quimilí.
Para el Grupo Río Seco, estas articulaciones son estratégicas. “Desde lo público existen estructuras y personas que son muy útiles para solucionar los problemas de los privados. Y la problemática está en los privados”, afirmó. En su opinión, “el profesional del ámbito público tiene otro nivel de urgencia y la capacidad de aprender, que muchas veces no existe en el ámbito privado”. Por eso también promueven vínculos con universidades y otros organismos.
Según Solfaneli, todavía persisten desafíos, entre ellos fortalecer el vínculo de más unidades del INTA con los productores y actualizar algunas estrategias institucionales en función de sistemas productivos que evolucionan al ritmo de los avances tecnológicos. “La clave está en encontrar puntos en común con quienes compartan nuestra mirada y puedan sumar valor”, indicó.
El aporte del Inta: una red de articulación con impacto territorial
En 2019, la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) y el Inta Córdoba firmaron un acuerdo para capacitar asesores de cooperativas y técnicos de extensión. Así nació ACAdemia Inta, un programa de trabajo conjunto centrado en el manejo de trigo y maíz en distintos ambientes de la provincia.
Se organizaron dos líneas de trabajo: una red de ensayos en más de diez localidades y una agenda de capacitación técnica. “La interacción entre el Inta y las cooperativas permite conocer mejor las problemáticas locales y generar soluciones a medida de los productores”, sostuvo Roberto Rotondaro, responsable técnico de ACA.
Durante cuatro campañas, se evaluaron estrategias de manejo nutricional y genética con materiales del Inta y de ACA. Se analizaron indicadores de eficiencia en el uso de agua, nitrógeno y fósforo, y los ensayos se realizaron en campos de producción con apoyo logístico de productores.

“Nos propusimos generar una interacción local, pero también producir información técnica útil para cerrar brechas de rendimiento”, explicó Rotondaro. La cooperación generó informes técnicos, trabajos científicos y jornadas de capacitación en distintas localidades. Además, se promovieron encuentros técnicos sobre manejo de trigo y maíz tardío, con participación de especialistas en ecofisiología, nutrición y manejo del agua.
Muchas cooperativas se ubican en zonas con presencia del Inta, lo que facilitó una articulación territorial efectiva. “Eso permitió planificar estrategias adaptadas a cada ambiente”, indicó el coordinador.
Rotondaro subrayó que ciertos desarrollos tecnológicos requieren continuidad institucional. “Los ensayos de fertilidad de largo plazo, que tienen hasta 40 años, ningún privado los puede sostener. Lo mismo con los bancos de germoplasma: si no los mantiene el INTA, no lo va a hacer nadie”.
Hasta 2022, los resultados incluyeron tres informes publicados, un trabajo presentado en el Congreso Nacional de Trigo y una serie de capacitaciones. A futuro, el objetivo es replicar la experiencia en otras regiones, ampliar temáticas e integrar herramientas digitales. “El desafío es escalar este modelo, porque ha demostrado ser un ejemplo valioso de innovación en investigación, transferencia y extensión”, concluyó.