El mercado ganadero argentino atraviesa uno de los momentos más intensos de las últimas décadas. Los precios de la hacienda vuelan, los valores reales superan ampliamente los de los últimos 15 años y la demanda –tanto interna como externa– corre detrás de una oferta que no aparece.
Sin embargo, en medio de este boom, la cadena cárnica muestra un contraste que debería preocupar: mientras los ganaderos disfrutan números excepcionalmente buenos, los frigoríficos transitan un escenario mucho menos favorable, con márgenes ajustados y viejas distorsiones que siguen sin resolverse.
Esta tensión quedó expuesta con claridad durante una reunión técnica de la Asociación de Frigoríficos e Industriales de la Carne de Córdoba (Afic), donde los consultores Fernando Gil y Federico Santángelo ofrecieron un diagnóstico contundente: lo que hoy parece un mercado “muy caliente” podría estar apenas comenzando a subir la temperatura.
Los valores actuales dan cuenta del fenómeno. En la cría, el ternero llegó a pagarse $ 6.500 el kilo vivo, y su precio promedio –hoy en torno de los $ 5 mil– es el más alto en términos reales desde 2011, un año marcado por la pérdida de 10 millones de cabezas como consecuencia de intervenciones y restricciones comerciales.
Del lado del consumo, el novillito vale alrededor de $ 4 mil el kilo en pie, 22% por encima del promedio real de los últimos 15 años. Y aunque el novillo pesado se comporta históricamente de manera distinta, esta vez acompaña la tendencia: también se paga $ 4 mil, 28% por encima del promedio real del último lustro.
En menos de seis meses, la brecha entre consumo interno y exportación prácticamente desapareció, un síntoma inequívoco de una demanda que empuja sin encontrar suficiente oferta.
La raíz del problema: una oferta que no crece
La pregunta que sobrevoló la charla –“¿por qué pasa esto?”– tiene una respuesta que todos conocen, pero pocos enfrentan: falta hacienda.
La cadena vacuna continúa perdiendo stock y no existen señales de que esa tendencia vaya a revertirse en el corto ni en el mediano plazo. Los indicadores productivos no acompañan y, tras la sequía, los feedlots pasaron de encerrar hasta dos millones de cabezas por mes a ofrecer un volumen cada vez menor, que seguirá ajustado en los próximos meses.
Esto genera un círculo vicioso: menos oferta, precios más altos; precios más altos, márgenes concentrados en el eslabón primario; márgenes concentrados, menor capacidad del resto de la cadena para sostener la producción.
Una de las recomendaciones de Santángelo fue contundente: “Hay que hacer novillos más pesados, porque el mercado los premia”. Y tiene razón. La demanda internacional –en especial la asiática– está pidiendo animales más pesados y con mayor rendimiento al gancho, algo que la Argentina podría ofrecer, pero para lo cual necesita tiempo, inversión y previsibilidad.
Con una relación compra-venta que ronda el 30% entre el ternero y el novillo terminado, incorporar una recría a pasto aparece como una estrategia razonable. Pero se trata de una transformación estructural, no de una solución inmediata.
Los frigoríficos: la otra cara de la cadena
Mientras la ganadería disfruta de su mejor momento en más de una década, la industria frigorífica enfrenta una situación mucho más compleja. La combinación de alta competencia por la hacienda, menor disponibilidad de animales y altos precios históricos se traduce en márgenes mínimos.
A esto se suman problemas propios del sistema argentino: competencia desleal por falta de controles higiénico-sanitarios, informalidad estructural y distorsiones impositivas que erosionan la competitividad.
Un ejemplo es el IVA del servicio de faena: los matarifes pagan una alícuota del 21%, mientras que la actividad cárnica tiene una tasa general del 10,5%. Esa diferencia genera saldos técnicos que encarecen la cadena y terminan trasladándose al precio final.
Todo indica que la Argentina podría alcanzar el año próximo un récord histórico: un millón de toneladas exportadas. Sería una noticia extraordinaria para el país, pero contrasta con una realidad profunda: estamos exportando con un stock que no crece, con menos novillos y con un sistema productivo que pierde músculo estructural.
El mercado ganadero atraviesa un momento excepcional, pero también una advertencia. Hay precios récord, pero no hay animales. Hay demanda firme, pero no se sostiene la oferta. Hay oportunidades externas, pero una industria interna debilitada.
La pregunta de fondo no es cuánto más puede subir el precio, sino cuánto tiempo puede sostenerse un mercado sin materia prima suficiente y con una cadena que tracciona a distintas velocidades. Si no se corrige esa asimetría, la euforia ganadera podría durar menos de lo que muchos suponen.























